¡Cuán alta es ella y cómo subyugó al mundo la dignidad del canto lírico y la belleza de los versos! Hafiz: al amo del mar pídele que llene tu boca de perlas.
Habéis Olvidado
Brisas perfumadas: id hacia mi bienamada. Pasad a través de su cabellera y traedme su olor.
Decidle por lo bajo y al oído, mientras la acariciáis: “Vuelve a él, cruel criatura. En la espera, tu amante se perece.”
Te di mi corazón, mas compré tu alma. No me impongas el fardo tan pesado de la separación.
Muchas veces has olvidado a tu servidor. Cumple ahora tu promesa con el amigo fiel.
Corazón mío: arroja lejos de ti esta pesadumbre. ¡Sé paciente, enjuga tus lágrimas!
Ya que Hafiz nada puede por el retorno de la bienamada, vosotros, ojos míos, conservadme su imagen.
La Espina y la Rosa
Para la fiesta de la rosa nos embriaga con su aliento el céfiro. ¿Dónde está, pues, el dulce ruiseñor? Pedidle que nos cante una canción.
Corazón mío: no te quejes de la separación. En este mundo existen, uno al lado del otro, como rosa y espina, el placer y el dolor.
La pena me ha curvado como un arco, y no obstante, no pienso renunciar a las dulces pestañas que me hieren con el ardor de sus ardientes flechas.
A nadie diré nada de la separación: el corazón de los que no aman no guardarían el secreto.
El perfume de tus bucles traiciona la angustia de mi corazón. No es extraño que el almizcle sea un decidor de cuentos.
Millares de miradas contemplan tu rostro, y tú no miras a ninguno.
¡Oh, corazón, bendice la llama que te quema, respira siempre amor y carga con tu pena!
Con tu frente en el polvo, Hafiz, di tus plegarias.
El Amante Desechado
El Amor y la Fe se han ido. La ladrona de mi alma dijo: “No te quedes más tiempo junto a mí.”
Pero ¿has oído ya decir de un hombre que por gozar de su hora va a una fiesta, que se retira de ella antes que acabe?
Si la antorcha se vanagloriara, sería de haber ardido toda la noche delante de ti.
¡Ay de mí! La brisa de la primavera ha debido ponerse a salvo de las caricias de las rosas…
No hiciste más que pasar y vacilé como un ebrio. Los ángeles descendieron, para verte, en muchedumbre.