¿Por qué asombrarte si mis ojos olas de lágrimas derraman? Vivir sin ti no es ya vivir.
No le temo al océano de la muerte, en que todo se acaba. La rosa de tu boca es el centro del mundo.
En los momentos demasiado cortos en que la felicidad del amor es posible, comprende bien la lección del corazón, si la de la vida sigue siendo oscura.
No hubo ayer para mí ni una sola mirada. Como ese ayer pasó mi bienamada: los ojos ausentes y lejos de mí.
¡Habla, Hafiz! En el libro del mundo, lo que hoy escribes vencerá al olvido.
Se cae el Velo
La bienamada, que hizo de mi morada un paraíso; la bienamada, que desde los pies a las trenzas es un ángel de toda pureza.
Esta luna de estío, alegría de mi corazón, dotada de bondad, de gracia, de encanto y de ingenio.
Esa de quien mi corazón ha dicho: “Iré a vivir donde ella viva”, pero que no supo, ¡ay!, que su amante era un vagabundo.
Esa, pues, nacida sin duda bajo una mala estrella, ha sido arrebatada a mis brazos. ¿Qué haré? La luna, en su carrera, es la que ha provocado este desastre.
No sólo ha caído el velo que traiciona el secreto de mi corazón sino que todos los velos, ¡ay!, han sido desgarrados. Y todo hechizo se desvaneció.
Dulce es la rosa y dulce también el verde césped de las fuentes. Pero, ¡ay de mí!, cuán cortos son esos placeres.
¡Dulces fueron las horas junto a mi bienamada! Mi porvenir no es ya sino un desierto estéril.
El ruiseñor se muere de celos porque la rosa, al alba, acarició al viento.
¡Excúsala, corazón mío! Eres pobre, Hafiz, y su frente ciñe la corona de la belleza.
He Aquí la Primavera
He aquí la primavera, siempre joven. Volverá a ver las rosas, rosas innumerables, mucho tiempo después que te halles bajo tierra. Pero guarda tu gozo.
Detrás del velo está llorando un arpa. Sus cantos pueden instruirte; mas sepas tú escucharlos.
Cada brizna de hierba es un libro; mas es preciso aprender a descifrar su sentido.
Bien que el camino que conduce al amor está lleno de riesgos, el viaje te será fácil si de antemano sabes las etapas.