¡Oh Hafiz! Aunque la suerte te socorra, no dejarás de ser la presa de la belleza por quien sufres.
El Señor Amor
¿Cómo contener mi corazón, atraído por la uva color de almizcle? Ningún perfume de vida emana de la austeridad y de la hipocresía.
Aunque el mundo entero prohibiera el amor, yo obedecería aún a sus decretos, pues es mi Señor.
Mi corazón inmutable, persiste en su humilde plegaria. Espera obtener un bucle de las trenzas de la amada.
Oh, tú, a quien el cielo dotó de tanta gracia, ¿por qué hacerte ataviar por tus esclavas?
La pradera está llena de nuevas flores, la brisa me acaricia y el vino es puro. ¿Qué falta ahora? Un corazón contento.
No es preciso interrogar un corazón puro para conocer sus secretos; el espejo del rostro es asaz claro.
Dije a mi bienamada: “¿Por qué no me darías, ¡oh belleza!, para aliviar mi pena, la dulzura de un poco de tu bálsamo?”
Y me contestó riendo: “Hafiz: el cielo prohíbe que profanes mi rostro con tu beso”.
El Amante Envejecido
¡Oh, céfiro! Tráeme el olor de la calle en que habita. Estoy enfermo y languideciente. Ese perfume aliviará mi alma.
Sobre mi desecado corazón derrama el misterioso bálsamo del deseo. Dame un poco del umbral de su puerta.
Estoy en lucha con mi propio corazón. Acaba tú con el combate dándome el arco de tus pestañas y la flecha de tu mirada. He envejecido en la indigencia, la soledad y el dolor. Sea mano de moza la que me sirva ahora una copa de vino.
Que sirva también, a quienes pretenden renunciar a esta alegría de vivir, dos o tres copas de ese vino. Si las rehúsan, yo las beberé.
¡Oh, Sakí! No dejes para mañana el placer de hoy o asegúrame que mañana lo volveré a encontrar.
¿Para Qué?
Sin el sol de tu rostro no tiene luz el día para mí y la vida no es sino una noche sin fin.
En la hora del adiós, al alejarme de ti, mis ojos se vaciaron súbitamente de luz y me he quedado ciego a fuerza de llorar.
Tu imagen desapareció de mis miradas en el momento en que me decía: “Este mudo, ¡ay de mí! Es ahora un desierto.”