Pero las pruebas no habían terminado. Al concluir de hablar, el pastóphoro abría una puerta que daba acceso a una nueva bóveda estrecha y larga, a cuya extremidad chisporroteaba una enorme hoguera. “pero ¡eso es la muerte!”, decía el novicio, y miraba a su guía temblando. “Hijo mío –respondía el pastóphoro-, la muerte sólo espanta a las naturalezas abortadas. Yo he atravesado en otros tiempos aquella llama como un campo de rosas.” Y la verja de la galería de los arcanos se volvía a cerrar tras el postulante. Al aproximarse a la barrera de fuego, se daba cuenta de que la hoguera se reducía a una ilusión óptica creada por maderas resinosas, dispuestas al tresbolillo sobre unas rejas. Un sendero trazado en medio le permitía pasar rápidamente al otro lado. A la prueba de fuego sucedía la prueba del agua. El aspirante tenía que atravesar una agua muerta y negra al resplandor de un incendio de nafta que se encendía tras de él, en la cámara del fuego. Después de esto, los oficiantes le conducían, tembloroso aún, a una gruta oscura en la que no se veía más que un lecho mullido, misteriosamente iluminado por la semioscuridad de una lámpara de bronce suspendida en la bóveda. Le secaban, rociaban su cuerpo con esencias exquisitas, le revestían con un traje de fino lienzo y le dejaban solo, después de haberle dicho: “Descansa, medita y espera al hierofante”.

El novicio extendía sus miembros fatigados sobre el tapiz suntuoso de su lecho. Después de las emociones diversas, aquel momento de calma le parecía dulce. Las pinturas sagradas que había visto, todas aquellas figuras extrañas, las esfinges, las cariátides, volvían a pasar ante su imaginación. ¿Por qué una de aquellas pinturas le obsesionaba como una alucinación? Veía obstinadamente el arcano X representado por una rueda suspendida por su eje entre dos columnas. De un lado sube Hesmanubis, el genio del Bien, bello como un joven efebo; del otro, Tiphón, el genio del Mal, que con la cabeza hacia abajo se precipita al abismo. Entre los dos, en la parte superior de la rueda, se hallaba sentada una esfinge con una espada en sus garras.