Y el discípulo volvía a sus estudios, a sus meditaciones, con un triste gozo. Gustaba del encanto austero y suave, de esa soledad por donde pasa como un soplo el ser de los seres. Así transcurrían los meses y los años. Sentía operarse en su ser una transformación lenta, una metamorfosis completa. Las pasiones que le habían asaltado en su juventud se alejaban como sombras, y los pensamientos que le rodeaban ahora le sonreían como inmortales amigos. Lo que experimentaba por momentos era la desaparición de su yo terrestre y el nacimiento de otro yo más puro y más etéreo. En este sentimiento, a veces ocurría que se prosternaba ante las escaleras del cerrado santuario. Entonces ya no había en él rebeldía, ni un deseo cualquiera, ni un pesar. Sólo había un abandono completo de su alma a los Dioses, una oblación perfecta a la verdad. “¡Oh Isis! –decía él en su oración- puesto que mi alma sólo es una lágrima de tus ojos, que ella caiga en rocío sobre otras almas, y que al morir por ello, sienta yo su perfume subir hacia ti. Heme aquí presto al sacrificio”.

Después de una de aquellas oraciones mudas, el discípulo en semiéstasis veía en pie a su lado, como una visión salida del suelo, al hierofante envuelto en los cálidos resplandores del poniente. El maestro parecía leer todos los pensamientos del discípulo, penetrar todo el drama de su vida interior.

-Hijo mío –decía-, la hora se aproxima en que se te revelará la verdad. Porque tú la has presentido ya, descendiendo al fondo de ti mismo y encontrando allí la vida divina. Vas a entrar en la grande, en la inefable comunión de los iniciados. Porque eres digno de ello por la pureza de tu corazón, por tu amor a la verdad y tu fuerza de renunciamiento. Pero nadie franquea el umbral de Osiris sin pasar por la muerte y por la resurrección. Vamos a acompañarte a la cripta. No temas, porque eres ya uno de nuestros hermanos.

Al llegar el crepúsculo, los sacerdotes de Osiris, llevando antorchas, acompañaban al nuevo adepto a una cripta baja sostenida por cuatro columnas apoyadas sobre esfinges. En un extremo se encontraba un sarcófago abierto, tallado en mármol.