-¿Has comprendido lo que has visto?- dijo Osiris a Hermes encadenado en un sueño y suspendido entre tierra y cielo-. No –dijo Hermes-. Bueno: pues vas a saberlo. Acabas de ver lo que es desde toda la eternidad. La luz que has visto al principio, es la inteligencia divina que contiene todas las cosas en potencia y encierra los modelos de todos los seres. Las tinieblas en que has sido sumergido en seguida, son el mundo material en que viven los hombres de la tierra; el fuego que has visto brotar de las profundidades, es el Verbo divino. Dios es el Padre, el Verbo es el Hijo, su unión es la Vida.
-¿Qué sentido maravilloso se ha abierto en mí? –dijo Hermes-. Ya no veo con los ojos del cuerpo, sino con los del espíritu. ¿Cómo ocurre eso? –Hijo de la tierra-respondió Osiris- es porque el Verbo está en ti. Lo que en ti oye, ve, obra, es el Verbo mismo, el fuego sagrado, la palabra creadora.
-Puesto que así es –dijo Hermes-, hazme ver la vida de los mundos, el camino de las almas, de dónde viene el hombre y adónde vuelve. –Hágase todo según tu deseo-.
Hermes se volvió más pesado que una piedra y cayó a través de los espacios como un aerolito. Por fin se vio en la cumbre de una montaña. Estaba oscura; la tierra era sombría y desnuda; sus miembros le parecían pesados como hierro. -¡Levanta los ojos y mira! –dijo la voz de Osiris.
Entonces, Hermes vio un espectáculo maravilloso. El espacio infinito, el cielo estrellado le envolvían en siete esferas luminosas. De una sola mirada, Hermes vio los siete cielos escalonados sobre su cabeza como siete globos transparentes y concéntricos, cuyo centro sideral él ocupaba. El último tenía como cintura la vía láctea. En cada esfera giraba un planeta acompañado de una forma, signo y luz diferente. Mientras que Hermes deslumbrado contemplaba esta floración esparcida y sus movimientos majestuosos, la voz dijo:
-Mira, escucha y comprende. Tú ves las siete esferas de toda vida. Al través de ellas tiene lugar la caída de las almas y su ascensión. Los siete planetas con sus Genios son los siete rayos del Verbo Luz. Cada uno de ellos domina en una esfera del Espíritu, en una fase de la vida de las almas. El más aproximado a ti es el Genio de la Luna, el de inquietante sonrisa y coronado por una hoz de plata. Éste preside a los nacimientos y a las muertes. Él desagrega las almas de los cuerpos y las atrae en su rayo. Sobre él, el pálido Mercurio muestra el camino a las almas descendentes o ascendentes, con su caduceo que contiene la ciencia. Más arriba el brillante Venus sostiene el espejo del amor, donde las almas por turno se olvidan y se reconocen. Sobre éste, el Genio del Sol eleva la antorcha triunfal de la eterna Belleza. Más arriba aún, Marte blande la espada de la justicia. Reinando sobre la esfera azulada, Júpiter sostiene el cetro del poder supremo, que es la Inteligencia divina. En los límites del mundo, bajo los signos del zodíaco, Saturno lleva el globo de la sabiduría universal.