Misteriosamente, el I Ching reproducía en sus movimientos y mutaciones el acontecer del macrocosmos.
Mediante varitas de aquilea, podría obtenerse el punto desde el cual resultaba posible una visión de conjunto sobre las circunstancias. En virtud del reparto de las varitas, se confería al inconsciente del hombre la posibilidad de entrar en acción.
Para consultar el oráculo, se requiere un estado de ánimo claro y tranquilo, receptivo frente a los influjos cósmicos ocultos en los tallos.
El I Ching es más importante como libro sapiencial. Lao Tzé conoció este libro y algunos de los aforismos más profundos de su obra tuvieron la inspiración en él. Toda su filosofía está compenetrada de las enseñanzas del Libro de las Mutaciones.
Lo fundamental del I Ching, es la idea de mutación. Quien ha reconocido la mutación, se dirige hacia la eterna Luz inmutable, que actúa en toda mutación. Es el Sentido, el Tao, de Lao Tzé, lo Uno en toda multiplicidad.
A fin de convertirse en realidad, esta ley requiere una decisión. Esta postulación fundamental es el gran comienzo original de todo lo que es, Tai Chi: la viga maestra. En la parte del Gran Tratado se habla de Yin y Yang. En el comentario para la decisión se habla de lo débil y lo fuerte.
La mutación es una constante conversión de lo uno en lo otro y es también un cerrado transcurso cíclico de complejos acontecimientos conectados entre sí.
El otro pensamiento fundamental del libro, es su doctrina sobre las ideas. Los 8 signos representan imágenes de estados de mutación, más que de objetos, con ello se vincula la concepción manifiesta, tanto en las enseñanzas de Lao Tzé, como de Confucio, según la cual, todo lo que ocurre en el mundo visible, es efecto de una “imagen” de una idea situada en lo invisible. Todo acontecer terrenal es sólo una reproducción de un acontecer ultra sensorial, también en cuanto a consciencia, al transcurso temporal, y ocurre con posterioridad a ese acontecer ultra terrenal.
Estas ideas son accesibles a los sabios y santos que están en contacto con aquellas esferas supremas. De este modo, los sabios están en condiciones de intervenir de manera decisiva en el acontecer universal, y así el hombre va formando junto con el Cielo, el mundo ultraterreno de las ideas, y la tierra el mundo corpóreo de la visibilidad.