Aquí se entra en el dominio del espíritu. Si la mente es la fuente de la meditación disciplinada y el espíritu el instrumento para disciplinarla, podemos preguntarnos: qué sabemos realmente de esta fuerza o cualidad de ser que llamamos espiritual?

La cualidad esencial de la naturaleza del hombre ha sido siempre un asunto que le ha preocupado de forma particular. La autoconsciencia no es sólo un privilegio, sino también una carga. Los antropólogos interpretan muchos de los antiguos ritos y costumbres de las tribus primitivas como el esfuerzo por abordar el problema de la naturaleza espiritual. A través de la larga historia de su evolución como ser civilizado, el hombre ha propuesto soluciones diversas al problema de su naturaleza espiritual. En ocasiones la ha convertido en el motivo central de su vida y en otras ocasiones ha negado su existencia.

San Agustín miraba a las profundidades de su interior para encontrar una respuesta intuitiva al problema de su naturaleza espiritual: “La condición de persona del hombre es una participación mutua en una fecunda y recíproca comunicación o diálogo. El hombre, aunque se siente solo, está siempre encontrándose a sí mismo. Cuanto más énfasis pone en este diálogo del yo, más profundamente penetra en el propio yo. Más tarde o más temprano, encuentra lo Totalmente Otro en el interior del yo. Esto implica un alejamiento radical de la nítida escisión entre mundo subjetivo y mundo objetivo que encontramos en el idealismo clásico. Hay una realidad interior que es tan indiscutiblemente objetiva como cualquier otra realidad”.

Más adelante agrega: No salgas fuera de ti mismo. Vuelve al interior de ti mismo. La morada de la verdad está en el hombre interior. Y si descubres tu propia naturaleza como sujeta al cambio, entonces ve más allá de esa naturaleza. Pero recuerda que, cuando de esta forma vayas más allá, es el alma razonadora lo que estás dejando atrás. Ve, pues, más allá, hacia la fuente en que es alumbrada la propia luz de la razón”.