Por tanto, el espíritu del hombre es un profundo patrón o imagen divina interior que está buscando emerger, y aunque los problemas que este emerger lleva consigo puedan implicar contienda, son contiendas que surgen fuera de la totalidad del ser, pero no de diversas naturalezas en conflicto con el interior del ser.
Sorokin afirma que la perspectiva mecanicista y materialista de la personalidad trata de limitar el espíritu por la biología, mientras que la perspectiva espiritual pretende comprender la mente en su relación con las fuentes energéticas del cosmos y, por tanto, confiere a la mente una dimensión, un propósito y un significado cósmicos: “Lo inconsciente biológico tiene su base por debajo del nivel de las energías conscientes y lo superconsciente – el genio, el impulso creativo, lo extrasensorial, la inspiración divina, la intuición supraconsciente – tiene su base por encima del nivel de cualquier pensamiento o energía consciente, racional y lógica”.
Así la teoría del alma, el específico espacio para el espíritu del hombre, emerge desde un nuevo esquema de pensamiento, verificado y verificable, no por las ciencias exactas, pero tampoco en oposición a ellas. Gran parte de la ciencia actual parece coincidir en una intensa sensación de que, en toda vida, existe un espacio destinado a la cualidad espiritual. El concepto de espíritu que surge de la investigación científica es diferente en grado pero no en naturaleza al del pensamiento místico. La ciencia sólo puede llegar a demostrar que esta cualidad espiritual existe. Las preocupaciones de los místicos se inclinan más hacia la utilización de esta energía espiritual en el proceso de la vida.
En sus estudios psicoanalíticos, Jung observó una demanda por parte de sus pacientes de encontrar a la vida un sentido espiritual. La ciencia confirma ahora que tal demanda tiene su justificación; y aunque el método científico no pueda recorrer todo el camino, sí puede señalar la dirección hacia una razonable estructura en cuyo marco lleva a cabo la búsqueda.