En las concepciones científicas que apuntan hacia la irrealizada pero potencial naturaleza del hombre, encontramos justificación válida para la disciplina de la meditación. En la búsqueda del significado cósmico de su especial dotación, el hombre no podrá quedar satisfecho hasta que la imagen vaga se convierta en la existencia penetradora de misterios, inspiradora de asombro y reveladora de propósitos.
El hombre está constantemente inmerso en tres campos de fuerza y no podría vivir sin su impacto sobre su ser. Aunque difieren ampliamente en naturaleza, no están en conflicto allí donde su espíritu viviente los integra. La radiación cósmica, los campos de fuerza electromagnético y gravitacional, están continuamente actuando sobre la vida. El hombre no necesita comprender su funcionamiento para beneficiarse de su acción sobre su ser. En una forma singular y quizás más enrarecida, está en resonancia con un campo de fuerza psíquica que actúa recíprocamente sobre su naturaleza finita y sobre los elementos intemporales que actúan en el universo y con los que es esencialmente uno. Es encaminándose hacia la comprensión del significado de esta unidad, donde el místico busca la integración de su ser. La disciplina de la meditación es utilizada con este propósito.
Cómo contribuye el proceso meditativo a la sensación de unidad cósmica y de suprema identificación? En la integración de su experiencia, el místico niega la aparición de conflicto o diversidad en la realidad última. Las mentes más pragmáticas han desafiado siempre al místico con los problemas del bien y del mal, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, en su aparente contradicción. Pero el místico encuentra la respuesta en una experiencia espiritual exaltada hasta el punto de diluir todas las diferencias en una unidad superior. La actitud de la investigación científica es ahora más abierta respecto a esta idea de lo que había sido hasta ahora. Lo que es visto y lo que es no es visto, lo que es experimentado y lo que está más allá de la experiencia en el sentido ordinario de la palabra ha venido ahora a compartir una unidad activa. Lo que el científico sabe y no sabe, lo que ve y lo que no puede ver, están hechos del mismo misterio, y todos los indicios sugieren que comparten una cualidad común. Tal unidad es el logro del que se consagra a la meditación como respuesta del espíritu creativo que descubre en su interior. El creciente misticismo de la ciencia es una respuesta comparable al espíritu creativo y contemplativo. Y éste cobra vida en la persona que realiza la difícil tarea de la meditación disciplinada.