Después de una feroz oposición, la ciencia y la espiritualidad han terminado en el siglo XX en una coexistencia pacífica: el enfoque científico ya no prohíbe la hipótesis de una trascendencia. Mejor aún, se diría que en lo sucesivo todas las ciencias plantean la cuestión central de un sentido que escapa a la razón pura.

Tiene la ciencia algo que decir sobre el sentido ? Resulta audaz plantear una pregunta tal porque, para las dos escuelas que han dominado el pensamiento científico del siglo XX – el materialismo y una espiritualidad que llamaría “separacionista” – la respuesta es no. En efecto, después del impulso científico del siglo XIX, se ha establecido un modus vivendi. Los materialistas y los espiritualistas admiten ambos que la ciencia no es todopoderosa, que ella no posee la Verdad con mayúscula y, por lo tanto, no puede prohibir la fe. Sus posiciones científicas no difieren: la ciencia no tiene nada que decir sobre el sentido, se trata de dos dominios separados y la cuestión del sentido depende de las convicciones de cada uno.

Es cierto que esta posibilidad, debida al derrumbamiento de la supremacía de la ciencia, es ya en sí una gran novedad porque, tanto para los científicos de antes de la Primera Guerra Mundial como para el gran público del curso del siglo XX, la ciencia parecía oponerse a las diferentes tradiciones de la humanidad que postulaban a la existencia de un sentido. He aquí una gran noticia: después de los años veinte – aunque se necesitó tiempo para que todos fueran avisados – la ciencia admitió la posibilidad de una trascendencia. Así el premio Nobel de física, Eddington, ha podido decir, haciendo referencia al año de elaboración de la síntesis de la mecánica cuántica: “Después de 1927, ha llegado a ser posible para un hombre inteligente creer en Dios”. Atención, se trata de una posibilidad, no más que eso. Y parece apenas posible ir más lejos. En efecto, una vez descendida del pedestal donde había sido colocada, la ciencia no puede pretender llegar a conclusiones de orden ontológico; en especial porque no se puede jamás decir que una teoría científica es verdadera, sino solamente que ella no ha sido todavía desmentida por la experiencia.