El individuo promedio halla muy difícil dominar lo que nunca logró comprender: el funcionamiento de su propia mente. Cuando usted se pone a pensar en lo que es el ambiente – sea bueno o malo – obtiene un resultado que no es más que una imagen refleja del pensamiento humano, el cual crea sus particulares Cielo o Infierno a través de la acción de su propia mente.

Usted podría preguntarse, con el objeto de captar las motivaciones que se extienden detrás de la conducta destructora del hombre, si los males de la civilización han sido los causantes de la incapacidad humana para salvarse a sí misma, por qué no hemos hecho algo para remediarlo durante todo este largo pasado de la Humanidad? La respuesta es que sí lo hemos hecho, pero sólo a medias.

La existencia de tantas religiones en todo el mundo y a través de los tiempos demuestra, con suficiencia, el esfuerzo humano que trata de influir sobre la conducta social en la verdadera dirección. La religión constituye una forma de disciplina social.

No obstante, el hombre necesita de algo más que de una vaga promesa de inmortalidad para obedecer los Diez Mandamientos. A pesar de su fe en la Potestad Divina el hombre continúa cometiendo crímenes contra la Humanidad. Todos los días podemos constatar este hecho.

Los psiquiatras creen haber hallado la razón de porqué la religión por sí sola ha sido impotente para contener las guerras y mucho menos curar las enfermedades mentales del individuo.

Hasta hace unos ochenta años, conocíamos muy poco acerca del aspecto negativo de la naturaleza humana. El psicoanálisis descubrió que la solución del enigma de la conducta del hombre no consiste en el estudio de lo que éste hace ni tampoco en el esfuerzo para convencerle de que sea bueno, sino en hacerle comprender el porqué de su comportamiento.

Actualmente, la mayoría de nosotros estamos convencidos de que la conducta anormal es una enfermedad de la mente y, por lo tanto, de la personalidad. Y aún más, la religión se está dirigiendo a la psiquiatría con sentido de cooperación. Pastores y sacerdotes han estudiado psicología a fin de aunar esfuerzos con los profesionales, buscando un entendimiento psicológico más profundo de los conflictos emocionales. Esto unido a la necesidad del alivio espiritual a través de los sacramentos.