A principios de este siglo, en 1904, un psicólogo francés, Alfred Binet, creó con éxito el primer test científico para medir la inteligencia humana. Era integrante de una comisión encargada de separar los estudiantes retrasados de los normales. Allí se asoció al Dr. Teodoro Simon, que había trabajado con niños deficientes mentales. Durante sus investigaciones llegaron a la conclusión de que, por regla general, se podían alcanzar determinados niveles de desarrollo mental a ciertas edades, lo que dio origen al concepto de edad mental que podía o no coincidir con la edad cronológica. Si un niño de ocho años sólo podía actuar como un niño normal de seis, era obvio que tenia un retraso mental de dos años.

Muerto Binet, William Stern recomendó que se relacionara la edad cronológica, no con la diferencia entre lo normal y lo anormal, sino con la edad mental en sí. De este modo era posible obtener el coeficiente mental. Para Stern – a diferencia de Binet – una diferencia de dos años no era lo mismo a los cuatro años que a los doce. Entonces ideó la siguiente fórmula: El coeficiente mental es igual a la edad mental dividida por la edad cronológica. Así, un niño de ocho años con una edad mental de seis, tiene un coeficiente mental de 6 dividido por 8 = 0,75.

Fue el profesor norteamericano L. M. Terman, de la Universidad de Stanford, quien estableció nuevas normas de inteligencia sobre la base de pruebas hechas sobre más de mil niños y cuatrocientos adultos.
De allí se deriva el C. I. o coeficiente de inteligencia. En él se multiplicaba el resultado por cien para eliminar los decimales. En el ejemplo anterior esto daría un resultado de 75. Un niño de capacidad normal tiene un C.I de 100. A los cuatro años, un niño adelantado dos años en relación a su edad tendría un C. I. de 150, casi un genio. Pero un niño de ocho años que esté dos años adelantado, tendrá un C. I. de 125, superior al corriente, pero no excepcional.

Las investigaciones sobre rendimiento escolar y dificultades de aprendizaje efectuadas después de 1945 verificaron, sin embargo, que la relación entre capacidad y rendimiento es muy relativa. Estudios psicológicos demostraron que muchos niños con dificultades severas para aprender en clase eran muy inteligentes cuando adultos en actividades no escolares, como ser negocios, arte o política. Esta situación motivó a los psicólogos a cuestionar el concepto psicométrico escolar de inteligencia y evaluar otros factores, como el rendimiento laboral, la eficiencia y rapidez en tomar decisiones, el procesamiento de la información y la velocidad del funcionamiento cerebral. La inteligencia aparecería determinada por la velocidad del procesamiento cerebral de la información.