El interés que el tema de la meditación ha despertado, pone de manifiesto una necesidad mundial que exige una clara comprensión. Donde existe una tendencia popular hacia cualquier dirección centralizada y firme, podemos cerciorarnos que de ello surgirá algo que la raza necesita en su marcha progresiva. Lamentablemente la meditación está considerada, por los que opinan superficialmente, como un modo de orar. Sin embargo, en la correcta comprensión del proceso de la meditación y de su acertada adaptación a las necesidades de nuestra civilización moderna, se hallará la solución de las actuales dificultades pedagógicas y el método por el cual será posible llegar a la comprobación de la existencia del alma, ese algo viviente que llamamos alma a falta de un término más adecuado.
Respecto a si todos los aspirantes tienen la posibilidad de realizar este arduo trabajo, debe recordarse, desde el principio, que el mismo impulso de emprenderlo puede indicar que hay una demanda del alma para entrar en el sendero del conocimiento. Nadie debe desalentarse si descubre que le falta algo esencial en
las cualidades requeridas. La mayoría de nosotros somos más inteligentes y estamos más adelantados y mejor dotados de lo que creemos. Todos podemos empezar a practicar la concentración desde ahora. Poseemos gran conocimiento, poder mental y aptitudes que no han pasado desde la región del subconsciente a la utilidad objetiva. Cualquiera que haya observado en el principiante los efectos de la meditación, corroborará esta afirmación, que a veces confunde al meditante, que no sabe qué hacer con su descubrimiento. Los resultados del primer paso en la disciplina de la meditación, o sea la concentración, son a menudo sorprendentes. El individuo se encuentra a sí mismo; descubre aptitudes ocultas y una comprensión, incluso del mundo fenoménico, que le resulta milagrosa; en forma repentina se da cuenta de
la existencia de la mente y de que puede utilizarla; la distinción entre el Conocedor y el instrumento de Conocimiento se hace cada vez más clara y reveladora. Al mismo tiempo se produce una sensación de pérdida. Los antiguos estados soñolientos de beatitud, que proporcionan la oración y la meditación mística, desaparecen, dejando temporalmente una sensación de aridez, de falta de algo, de vacío, que es por lo general desesperante. Ello se debe a que el foco de la atención se ha alejado de las cosas de los sentidos, no importa cuán bellas sean. Las cosas que la mente conoce y puede registrar no están todavía registradas; tampoco el mecanismo sensorio hace los usuales impactos sobre la consciencia. Es un período de transición, que debe soportarse hasta que este mundo nuevo empiece a hacer su impresión sobre el aspirante. Esta es una razón por la cual la persistencia y la perseverancia deben desempeñar su parte, particulamente en las primeras etapas del proceso.