También había orgías y ritos paganos, con mucha música y canto, que no estaban directamente dirigidos a sanaciones, pero que producían una descarga fisio-psicológica muy importante para aflojar tensiones. La danza de la tarantela en Europa durante la Edad Media fue un resurgimiento de esas danzas paganas.

En la era cristiana desaparecieron los dioses paganos relacionados con la enfermedad y su curación; pero fueron reemplazados por una legión de santos que se invocaban en determinadas enfermedades: San Sebastián para la peste, San Lázaro para la lepra (de ahí los llamados lazaretos), San Vito para la epilepsia, San Blas para las enfermedades de la garganta, y muchos otros. Los himnos y la música orientaban las súplicas de los pacientes hacia el auxilio y la curación. Esto no les prohibía someterse a un tratamiento médico adecuado; buscaban asegurar su curación en ambos mundos a la vez.

El cristianismo trajo nuevos conceptos éticos que eran desconocidos en el mundo primitivo y en el antiguo: un Dios amante, que sentía compasión y caridad hacia el débil, el enfermo, el pobre. La actitud del creyente hacia la enfermedad tenía que ser de humildad y de santa obediencia al sufrimiento, que podía ayudar al hombre a ganar la bienaventuranza eterna.

Después de la caída del Imperio Romano y durante el oscurantismo, la medicina desapareció de la Europa occidental; pero las ordenes religiosas que prodigaban amparo y cuidados médicos a los pobres la mantuvieron vigente. Se fundaron los primeros hospitales en tiempos de las Cruzadas. La actitud humanitaria de los monjes hacia los enfermos confirmaban la creencia de que podían combatir la enfermedad tanto con plegarias como con recursos médicos.

Las obras maestras del arte y de la música encomendadas por la Iglesia para ornar sus catedrales y exaltar el efecto de los oficios religiosos no sólo estaban dedicadas a la gloria de Dios, también tenían el propósito de elevar al creyente por medio de la belleza para colocarlo en un estado receptivo y espiritual. Además de ello, en toda la historia de la cristiandad, bajo patronazgos sagrados y santos, continuaron floreciendo los santuarios a los que se atribuía poderes de sanación o alivio de las enfermedades. En la mayoría de ellos estaba -y aún está – la música, como un elemento indispensable de la liturgia, el ritual y las procesiones en las cuales participaban los fieles.