D.T. Suzuki no menciona a uno de los principales actores del drama de la Caída: el diablo. El Budismo tiene una concepción muy definida de este personaje (Mara el tentador) y si ha habido una espiritualidad más interesada por el diablo que la del desierto egipcio, es el Budismo del Tíbet. En el Zen, sin embargo, el diablo aparece relativamente poco. Pero su presencia es notada en el desierto por todas partes, pues es ciertamente su refugio.
Sin abocarnos a la difícil tarea de identificar plenamente el espíritu omnipresente y malvado, recordemos que en las primeras páginas de la Biblia él aparece bajo el aspecto de aquel que ofrece al hombre el conocimiento del bien y del mal como algo mejor, más elevado, más divino que el estado de inocencia de vacuidad. Y en las últimas páginas el diablo es finalmente precipitado cuando el hombre es restablecido a la unidad con Dios en Cristo. El punto significativo es que, en estos versículos del Apocalipsis, el diablo es llamado el acusador de nuestros hermanos. el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. En el Libro de Job el diablo no es solamente el que causa los sufrimientos de Job, sino que se debe entender también que obra como tentador a través de los discursos moralizantes de los amigos de Job.
Sus amigos aparecen en escena como consejeros y consoladores ofreciendo a Job los frutos de su ciencia moral. Pero cuando Job insiste en que sus sufrimientos no tienen
ninguna explicación y que él no puede descubrir la razón por medio de ninguno de los conceptos éticos convencionales, sus amigos se transforman en acusadores y lo maldicen como pecador. Así, en lugar de ser consoladores, se cambian en verdugos en virtud de su misma moralidad y, haciendo esto, aparentando ser abogados de Dios, ellos obran como instrumentos del diablo.
Dicho de otro modo, el reino del conocimiento o scientia es un reino donde el hombre está sujeto a la influencia del diablo. Esto no cambia en nada el hecho que el conocimiento es bueno y necesario. Sin embargo, aunque nuestra Ciencia no nos traicione, ella tiene tendencia a engañarnos. Sus perspectivas no son las de nuestra naturaleza más profunda, de nuestra naturaleza espiritual. Y al mismo tiempo, somos constantemente extraviados por la pasión, por el apego al yo y por los engaños del diablo. El reino del conocimiento es pues un reino de alienación y de peligro en el que no somos nuestras verdaderas personas y en el que tenemos todas las posibilidades de llegar a ser avasallados por el poder de la ilusión. Y esto no es verdadero solamente cuando caemos en el pecado, sino también, en cierta medida, cuando lo evitamos. Los padres del Desierto se dieron cuenta que la más peligrosa actividad del diablo no se ejercía contra el monje hasta que era moralmente perfecto, es decir, aparentemente puro y suficientemente virtuoso para ser susceptible de orgullo espiritual. Entonces comenzaba la lucha contra el último y más sutil de los apegos; el apego a su propia excelencia espiritual; el amor de su yo espiritualizado, purificado y vacío, el narcisismo del perfecto, del pseudo santo y del falso místico.