El hombre que ha encontrado verdaderamente su desnudez espiritual, que ha tomado consciencia de que estaba vacío no es un yo que ha adquirido la vacuidad o que ha llegado a ser vacío. El está simplemente vacío desde el principio, como lo ha hecho notar D.T. Suzuki. O para emplear las palabras más afectivas de San Agustín y de San Bernardo, él ama con un amor puro. Es decir, ama con una pureza y una libertad que brotan espontáneas y directamente del hecho de haber recobrado en plenitud la semejanza divina y está ahora en su verdadero yo porque está perdido en Dios. El es uno con Dios, identificado con Dios y en adelante no conoce ningún otro yo en él. Todo lo que él conoce es el amor. Como dice San Bernardo: Quien ama así no hace más que amar y no conoce más que el amor.

Aun cuando el alma esté místicamente unida a Dios, permanece, según la teología cristiana, una distinción entre la naturaleza del alma y la de Dios. Su unidad perfecta no es entonces una fusión de naturalezas, sino una unidad de amor y de experiencia. La distinción entre el alma y Dios ya no es sentida como una separación entre sujeto y objeto cuando el alma está unida a Dios.

Que los Padres del Desierto hayan o no sido enteramente explícitos, explicando esta clase de vacuidad, ciertamente se han esforzado. El instrumento para abrir las cerraduras sutiles del error espiritual fue la virtud de discretio.

Jean Cassien, en el relato de las conferencias sobre los Padres del Desierto, formula la regla fundamental de la espiritualidad del desierto. Cuáles son el objetivo y el fin de toda la vida monástica ? Tal es el tema de la primera conferencia.

La repuesta es que la vida monástica tiene un doble objeto. Ella debe llevar al monje en primer lugar a una meta intermedia, después a un estado último y final de realización. El logro intermedio o scopos, es lo que hemos discutido bajo el aspecto de la pureza de corazón, que corresponde en líneas generales al término búdico: Vacuidad. Es puro el corazón que es perfecto y de la más gran pureza, es decir, completamente libre de pensamientos y deseos extraños. Este concepto corresponde más bien a la apatheia estoica que al no-condicionado Zen. Pero, en todo caso, existe un cercano parentesco. Es el reposo de la contemplación, el estado en el cual se es libre de todas las imágenes y conceptos que pueden turbar y ocupar el alma. Es la excelsitud favorable a la theología, la contemplación suprema, que excluye aun las más puras y las más espirituales ideas y no admite ningún concepto o visiones, sino solamente por el in-conocimiento. Este es el lenguaje severamente intelectual de Evrage el Póntico, que lo lleva más cerca del Zen que los teólogos más afectos a la oración, tales como San Máximo y San Gregorio.