Sea en terapia, en cursos de formación, en intercambios personales o íntimos, es frecuente escuchar una queja que expresa un rechazo, una repulsa, o un cuestionamiento de la conducta de otro:

“El (ella) no comprende nada – él (ella) no me entiende – él (ella) jamás me ha amado ~ él (ella) no habla sino de sí mismo (a) – él (ella) no piensa más que en sí – él (ella) prefiere a los muchachos – él (ella) no ha soportado jamás a las niñas”

Este “él (ella)” a quien se acusa es a menudo un padre (madre), un ser amado, alguien próximo. En todo caso, un ser decepcionante que ha frustrado nuestras expectativas, que nos ha herido sentimentalmente. Nosotros le echamos encima todo nuestro resentimiento, lo acusamos de todas las insuficiencias, lo hacemos responsable de todo lo malo que nos sucede, de nuestros fracasos y lágrimas. Esta omnipotencia atribuida al otro, estas proyecciones, estas quejas y estas repulsas, tienen como resultado librarnos de la responsabilidad de hacernos cargo de nosotros mismos. Nos será entonces difícil admitir que en una relación somos responsables de lo que experimentamos y de nuestros resentimientos.

En efecto, las sensaciones que circulan en nosotros, es nuestro cuerpo quien las experimenta, los sentimientos que nos atraviesan, es nuestra sensibilidad quien la siente. El hacernos responsables de nuestros propios afectos nos puede ayudar a cambiar muchas cosas en nuestras relaciones con los otros y, aún, en relación con nosotros mismos.

Si acepto adoptar este punto de vista: “soy responsable de lo que siento”, muchas de mis actitudes y maneras de pensar deberán modificarse. Mi opinión sobre los otros y sobre mí mismo tendrá que transformarse. Esto es laborioso como una ascesis, tan natural y espontánea es la tendencia de proyectar sobre el otro el problema que tenemos con él.

Esta toma de consciencia de mi propia responsabilidad por lo que vivo, me ha dado, en cuanto a mí, un sentimiento de libertad inesperado que ha favorecido en mucho mi autonomía, en particular en mis relaciones personales, en las que yo me sentía a menudo dependiente y a veces alienado. Si considero que una relación tiene dos extremidades, me incumbe hacerme cargo de la extremidad que me toca.