Continuación de “La Vía del Corazón, parte 1”.

El Agua y el Hielo

Lo propio de la gracia es desaparecer sin dejar trazas puesto que no tiene por efecto más que llevar las cosas a su verdadera naturaleza, a su origen, disolviendo los velos o las condiciones limitantes, ignorancia o pecado, que de hecho se desvanecen desde que aparece la Realidad.

“En un corazón contraído, la iluminación se ha transformado en ignorancia. Cuando cesa la contracción, la naturaleza propia resplandece”, se puede leer en el décimo tercer capítulo del Tantraloka.

Es precisamente el modo por el cual cesa la contracción lo que caracteriza la acción de la gracia y conduce a distinguir los diferentes caminos místicos.

Para Abhinavagupta un doble modo pone fin a las condiciones limitantes, según sea apacible y progresivo o violento, instantáneo y ligado “a un apetito por devorarlo todo como un fuego ardiente e ininterrumpido”.

Por su lado, Jili hace notar que estas condiciones desaparecen ya sea por una visión que alcanza a la Esencia o por lo que brota espontáneamente de ella. Y los sufíes distinguen dos maneras de acercamiento hacia Dios: el primero es un proceso gradual de un estado espiritual a otro, por la asimilación de cualidades divinas que llegan a ser objeto de contemplación. Atributos, nombres, cualidades ofrecen un acceso al conocimiento de Dios, pero, en razón de su multiplicidad, no pueden conducir a la Esencia. La segunda manera de acercarse es inmediata, sin progresión, más allá de todo estado. Se refiere “al Ser del hombre, a su esencia íntima que se identifica misteriosamente con la esencia divina”. La sola manifestación del Esplendor es liberación.

Los dos primeros caminos corresponden a la desaparición apacible, progresiva, y son caminos de perfeccionamiento, mientras que la maduración violenta, esa que brota espontáneamente de la Esencia, corresponde al camino de instantaneidad, la vía divina o de la voluntad. En cuanto a la no-vía, siendo intemporal, transciende camino y gracia.