La vacuidad budista – shunyata – es un gran misterio. Es un concepto que está en el corazón mismo de toda la enseñanza del Budismo Mahayana. Se ha escrito sobre este tema innumerables tratados y las alusiones que se han hecho sobre él en las escrituras sagradas llenarían volúmenes. Sin embargo, como todo lo que es objeto de experiencia mística, la vacuidad no puede ser ni descrita ni definida. En verdad, casi nada puede decirse que tenga valor. Pocos sabios occidentales parecen haber captado su sentido, y aún en los países budistas, con la excepción de algunos místicos realizados, los que en sus meditaciones más profundas se han encontrado cara a cara con la vacuidad, hay relativamente pocas personas que gracias a ciertas intuiciones preliminares adquiridas en el curso de la meditación, asociadas a un vasto conocimiento de los sutras, puedan haberse formado una idea aproximada de lo que es la vacuidad.
En cuanto a mí, que estoy muy lejos de ser un místico realizado, escribir aunque sea unas líneas sobre este tema es presunción pura. La razón que me incita a correr este riesgo es doble. En primer lugar, el conocimiento adquirido de mis maestros chinos y tibetanos me autoriza, aunque sea un poco, a proponer algunas pautas que permitan hacerse una idea imperfecta de lo que los sutras quieren decir cuando hablan de la vacuidad.
En segundo lugar, creo que la acusación de pesimismo, totalmente infundada, que ciertos críticos occidentales lanzan contra el Budismo se debe, en gran medida, a que confunden la vacuidad con el vacío puro y simple – en el sentido negativo de la nada – llegando así a la conclusión – blasfemia para los Budistas – que el nirvana es sinónimo de extinción. Sin embargo, no estoy absolutamente seguro de haber comprendido correctamente la enseñanza recibida de mis maestros y de los sutras, y en mis meditaciones en ningún momento me he aproximado yo mismo a la experiencia de la vacuidad. Por consiguiente, estas afirmaciones deben ser recibidas con la circunspección que pueda experimentar un ciego que acepta dejarse guiar por un pobre miope.