La idea clave está dada en el pequeño Sutra del Corazón que es recitado cada día – en chino, en japonés, en tibetano o en sánscrito – por millones de budistas del Mahayana. Este sutra afirma nítidamente que “la forma es vacuidad y la vacuidad , forma; la forma no difiere de la vacuidad ni la vacuidad de la forma.” Aunque su sentido real pueda no parecer de una claridad luminosa, al menos demuestra que la vacuidad es algo muy diferente de la simple nada. La explicación dada generalmente es que no puede existir separación valedera entre lo absoluto y lo relativo, entre la realidad y las apariencias, entre la fuente de origen y el universo manifestado, o entre el “creador” y lo “creado”. Nada es real, en el sentido en que nada tiene una existencia independiente que le pertenezca como propia, y no es más que un fenómeno transitorio, combinación de millones de fenómenos todavía más fugaces. Sin embargo, todo es real en el sentido que es una manifestación del Ser sin atributos y por lo tanto inasequible.
Propongamos una comparación burda: las olas aisladas del mar no tienen ninguna permanencia ni existencia, ellas cambian de instante en instante confundiéndose para desaparecer en el acto se podría decir que ninguna existe en tanto que el mar permanece? Esta comparación no deja de tener sus puntos débiles, pues si una ola, en cualquier momento que se la considere, no es otra cosa que mar, no es el mar en su totalidad sino sólo una parte. En tanto que si hablamos de vacuidad, no estamos tratando con algo sometido a leyes espaciales, de manera que cada “partícula” es en efecto el todo. Es por eso que los chinos prefieren la comparación con el sol cuya imagen se refleja en el agua de múltiples receptáculos: “cada uno de estos receptáculos contiene un sol y cada sol es completo en sí mismo y no obstante idéntico al sol del cielo… y aún más… el sol del cielo de ninguna manera ha sido disminuido por eso.” (Huai-Hai, siglo VIII D.C..)
Además este mismo escritor habla de la Iluminación como de “la identidad de la forma y de la vacuidad”. Sin embargo, él indica más adelante dos especies de vacuidad: la que está asociada a la no-vacuidad y “la última vacuidad” que está más allá de la dualidad de la vacuidad y de la no-vacuidad. Es obvio que la vacuidad de la que el místico hace la experiencia es la primera de las dos, porque él llega allí a partir de un estado de conciencia llamado “normal”, en el cual la no-vacuidad es constantemente aparente, y se espera que recuperará ese estado después de su experiencia mística. Cómo podría él evitar la comparación de su estado de vacuidad con el estado de no-vacuidad que le precede y que le sigue? No obstante, si su experiencia ha sido profunda, sale de su meditación con la total convicción que vacuidad y no-vacuidad no son alternativas, pues ellas son no sólo coexistentes sino además absolutamente idénticas.