Admitamos que haya gente que se aferra a esta vida por fuerza insatisfactoria y a la creencia en la realidad de su yo, de manera tan tenaz para que el pensamiento de perderse en el infinito sea mucho menos atrayente que la creencia en una existencia individual, bajo una forma u otra, que sea eterna. Si nos figuramos que ahora somos individuos, el temor de perder nuestra individualidad bien causarnos una cierta ansiedad; pero para un místico realizado que sabe, sin ninguna duda posible – después de una experiencia vivida – que ninguna individualidad ha existido jamás, el pensamiento de perderla está absolutamente desprovisto de sentido. Todo lo que vamos a perder – en esta vida o en una vida futura – es la ilusión vana de ser individuos. Es esta ilusión, dicho sea de paso, que es responsable de todas las frustraciones de la vida y de la mayor parte de sus sufrimientos. Es una felicidad perderla.

Si yo mostrara este artículo a uno de mis maestros tibetanos o chinos, me diría probablemente: “Rómpelo! para que perder tu tiempo y el de los otros en discusiones filosóficas, en especulaciones desprovistas de sentido, sobre lo que los sutras llaman la vacuidad? Diez gruesos volúmenes sobre este tema no te conducirían a ti ni a tus lectores, más cerca de una verdadera comprensión. La vacuidad está allí en tu espíritu y por todas partes alrededor. Lo que hace falta, es vivir la experiencia. Cesa entonces de escribir y aún de leer y busca hacer la experiencia directa ahora.”

Presumo que este consejo sería acompañado de una sonrisa; pues, en efecto, aún los maestros más iluminados son llevados, en cierta medida, a escribir y a hablar justo lo suficiente para hacer tomar conciencia a sus discípulos que hay un tesoro que buscar, y evitar que corran el riesgo de derrochar las horas y los años sin intentar esta búsqueda.

Por lo tanto, jamás he escuchado a alguno de mis maestros pretender definir la vacuidad. Ellos están mucho más preocupados en proporcionar los métodos gracias a los cuales todo discípulo puede, si tiene suficiente celo, descubrirla por sí mismo, franqueando los estrechos límites de la lógica, sus encadenamientos conceptuales y su dualismo, para penetrar en el dominio ilimitado de la experiencia pura.