En nuestra cultura y nuestra época, la palabra víctima evoca la negatividad que va asociada a las experiencias más oscuras y dolorosas: sufrimiento, injusticia, impotencia y muerte. Casi siempre concebimos la víctima en su sentido secular, tal vez porque hemos perdido en gran medida el sentido de lo sagrado en lo mundano, y apenas sentimos la honda resonancia de las antiguas llamadas que nos hacen los dioses y diosas casi olvidados. Nuestro mundo es unilateralmente secular, y estamos confinados en él. Sin otro mundo al que recurrir en busca de ayuda o justicia, la víctima en los Estados Unidos de hoy es simplemente víctima del mundo del crimen, la miseria, las enfermedades contagiosas y las drogas.
Cordelia:No somos los primeros que, con
la mejor intención, hemos incurrido en lo peor.
Por ti, rey oprimido, soy derribada…
Lear:Sobre tales sacrificios, Cordelia mía,
los dioses mismos arrojan incienso.
(Shakespeare, El Rey Lear)
La figura arquetípica de la víctima está llena de connotaciones sociales, asociaciones religiosas y paradojas psicológicas, pero aquí me limitaré a dos aspectos: el secular y el sagrado. Hablaré menos de la experiencia psicosocial de víctimas concretas que de la figura de la víctima en la psique, una imagen arquetípica que aparece con la misma multiplicidad de formas que las heridas, injusticias y sacrificios.
Todos somos víctimas, aunque algunos de nosotros en quienes la figura interior de la víctima está rechazada o proyectada, podemos no percibir una profunda resonancia psíquica en los momentos, críticamente importantes, en que hay sufrimiento. Todos sufrimos, sea por azar o por algún designio aparentemente inescrutable. En un mundo cada vez más caótico, todos tenemos mucho menos control sobre nuestro bienestar del que querríamos. Y tarde o temprano, la Muerte nos acoge como víctimas.
La imagen arquetípica de la víctima es una personificación del modo en que un individuo o un grupo se imaginan a sí mismo sufriendo. Esta es la víctima sagrada, con sus asociaciones concomitantes de eternidad y trascendencia. La sacralidad de la imagen de la víctima remite sobre todo a su apartamiento, su interioridad como figura psíquica y su significado interior.