Un acto criminal es cierto acontecimiento que impone la condición de víctima sobre un individuo o un grupo, generalmente a través de medios violentos. El momento y el lugar de esta acción la hacen secular: ocurre en el mundo, en la dimensión temporal. La distinción entre secular y sagrado, el ahí fuera y el aquí dentro, no los hace incompatibles, pues eso significaría escindir el arquetipo.

La palabra víctima evoca también el miedo y la inseguridad terribles que suscita el azar arbitrario, o el miedo igualmente terrible de haber sido señalado, escogido, para un dolor insoportable. Sólo utilizamos la palabra en relación con las experiencias que tememos: víctima del cáncer, víctima de violación, víctima de accidente, víctima de enfermedad mental, víctima del hambre. Quien o qué sea lo que victimiza es importante para el conjunto de la experiencia de la víctima, pues son estos agentes cáncer, violador, coche o avión los que crean el contexto en el que la persona se convierte en víctima. Parte del horror de la victimización procede de darse cuenta de que la víctima y el agente comparten una terrible afinidad: algo del uno puede hallarse en el otro. Esto no significa que sean simplemente dos caras de la misma moneda; ambos pueden constituirse en una sola persona al mismo tiempo, la cual puede victimizarse a sí misma. Para la víctima, el agente tiene el poder de inflingir sufrimiento y dolor, de negar la justicia, de causar muerte. Y dado que la víctima es, por definición, impotente, la emoción primaria que siempre acompaña a la victima es el miedo.

Sin embargo, precisamente porque provoca semejante miedo y una negatividad total, es posible que ninguna otra imagen arquetípica muestre tan claramente la necesidad de la psique humana de dar significado al sufrimiento. El primer grito desesperado de la víctima es: por qué yo? El horror del acto violento grita buscando algún significado en el dolor, algún propósito de la congoja; no puede haber aceptación de la propia condición de víctima si la psique no reconoce su sacralidad. Podemos soportar mucho dolor, mucho más del que podemos merecer o del que podemos considerarnos capaces de soportar, pero Jung tenía razón cuando dijo que los seres humanos no pueden tolerar una vida sin sentido.