Al mantener juntos estos dos aspectos de la imagen de la víctima, podemos percibir en ella múltiples significados y emociones sin rechazar la desesperación y el terror primarios que despierta. Quizá la única salida del infierno lleno de sentido de la condición secular de víctima sea el infierno lleno de sentido que la aleja del azar y la desesperación hacia la vivencia de un propósito consciente.

La New Age norteamericana no es un clima favorable para las víctimas; la New Age es para triunfadores, no para fracasados. El creador de víctimas, relativamente inconsciente, de la psique colectiva norteamericana, parece ser cada vez más hostil a ellas; de hecho, tal hostilidad probablemente produce cada vez más víctimas. Sólo hace falta observar el creciente número de víctimas del crimen, el abuso infantil, las drogas, el sida, la contaminación, las estafas y los ismos de toda índole.

El aparente antídoto contra la condición de víctima es la paranoia; no te fíes de nadie, pon en tu hogar cerraduras antirrobo, practica sexo a salvo en tu propia cama, abróchate el cinturón de seguridad, ponte un casco y mantén la cabeza fría en el trabajo, conoce tus derechos cuando trates con policías, terapeutas y vendedores zalameros. La idea es que cuanto más te protejas, menos probabilidades tienes de convertirte en víctima. La imagen de la víctima ha sido devaluada por la tan querida idea norteamericana de que las víctimas son sencillamente perdedores que no se esforzaron bastante para ganar.

La imagen de la víctima secular y las situaciones en que aparece, atraen una actitud negativa hacia ella, generalmente acusadora. Dado que el significado de la condición de víctima es inseparable del contexto cultural, la víctima siempre parecerá culpable en una cultura que sobre todo valora el dominio, la conquista, el poder, la competición: precisamente lo necesario para crear víctimas.

La víctima personifica características que están en conflicto con el sistema de valores, que lo amenazan o desafían. El ejemplo más obvio es la percepción de los judíos por arte de los nazis como un pueblo infeccioso y poderoso que corrompía la pureza de la sociedad aria y tomaría el control del mundo. La proyección ocurre en todas partes, en cada uno de nosotros, personal y colectivamente. Las víctimas seculares se crean así a través de la proyección: quienes apoyan y mantienen los valores dominantes proyectan su propio miedo ante la impotencia, el desamparo, la debilidad y la vulnerabilidad sobre todo aquel que pueda ser victimizado. Y dado que nuestra cultura no exhibe una distribución equitativa del poder, hay más víctimas que agentes: habrá victimas individuales y colectivas como los negros, los judíos, indios norteamericanos, lesbianas y gays, viejos, disminuidos, etc. etc.