La experiencia de la figura de la víctima en nuestra propia psique nos hace conscientes de la capacidad humana para el sacrificio.
La víctima sagrada
Muchos diccionarios definen víctima básicamente como una persona que sufre un acto perjudicial o destructivo, causado por un agente personal o impersonal; sin embargo, el antiguo significado de la palabra equipara víctima con sacrificio. Su significado original, el de la palabra latina victima, es el de animal destinado al sacrificio, y se aplica a toda criatura viviente que se mata o se ofrece a un dios o a un poder divino. La palabra sacrificio procede del latín sacer, de donde deriva nuestra palabra sagrado; su significado original se aplica a lo que es venerado, escogido, destinado al sacrificio, dedicado a un dios o a una finalidad religiosa.
Es curioso el hecho de que sacer también significa penalizado, maldito y criminal. La víctima, pues, puede ser a la vez inocente y maldita. Aunque esta maldición quizá no describa adecuadamente la naturaleza de la condición de víctima, a menudo encaja con la sensación de la víctima de estar maldita, escogida para el castigo. La imagen de la víctima suele aparecer en la vida psíquica como el maldito, tal como ocurre en la figura del chivo expiatorio, el escogido para expiar los pecados de los muchos, precisamente porque es inocente y no merece ese destino.
En su precioso ensayo Cancer in Myth and Dream; Russell Lockhart señala la paradoja de que la palabra víctima tiene en raíces latinas más antiguas el significado de incremento y crecimiento. (Corresponde a la raíz griega auxo, que significado también acrecentamiento y crecimiento, y es el nombre de una de las dos charites (gracias) atenienses, Auxo, la creciente). La imagen de la víctima se despliega así como un complicado tejido de significados aparentemente contradictorios. Simultáneamente evoca ideas y emociones colectivas de miedo, negatividad, poder divino, santidad, persecución, duda, inocencia, congoja, crecimiento, sacrificio, condena. Así, la imagen de la víctima puede mostrarse en el ámbito secular como fea, temible y secretamente despreciada, o puede aparecer como algo sagrado, bello y deseable.