El modo en que la víctima percibe conscientemente su sufrimiento puede aportarle significado: uno no es simplemente sacrificado sino que se vuelve capaz de realizar o llevar a cabo un sacrificio. La victimización, pues, es tanto la condición de una relación significativa con un dios como la condición de un sufrimiento sin sentido.

Los ámbitos de los sagrado y lo secular no son incompatibles; tales palabras son simples instrumentos para ayudarnos a distinguir aspectos de la experiencia. La tarea psicológica de la víctima es percibirlos unidos, hacer que lo secular sea sagrado, hacer del propio sufrimiento un sacrificio digno: honrar la herida, valorar lo vulnerable, cultivar la compasión por la propia alma lastimada.

La persona que se ve o se siente sufriendo por (no sólo a causa de) una deidad, causa, principio o amante, experimenta un aspecto distinto de la condición de víctima: el valor del sacrificio. Lo que redime el sufrimiento y la congoja de la víctima no es necesariamente el cese del sufrimiento, sino la experiencia de significado en él. Simone Weil nos lo recordó: Ante cada golpe del destino, cada dolor, sea pequeño o grande, di: Estoy siendo transformada. La voluntad de sacrificarse ha sido considerada desde antiguo por diversos sistemas religiosos como una virtud moral, contraria al pecado del egoísmo. Pero aquí no me centro en su posible moralidad o virtud, sino en la capacidad para el sacrificio cuando la experiencia de la víctima lo hace psicológicamente necesario.

Choca con todas nuestras ideas de justicia cargar a la víctima con el peso del sacrificio; suena a echarle la culpa. Pero es precisamente en la propia capacidad de sacrificarse donde uno encuentra el significado: la víctima capaz de sacrificarse se vuelve psicológicamente activa en su aflicción, participando en la tarea sagrada de crear significado a partir del caos incomprensible. Tanto si lo que se sacrifica es la propia ingenuidad, la inocencia, el ideal más amado o la propia imagen, la capacidad de entregarse a una necesidad más honda se pone a prueba en la condición de víctima.