El valor y la importancia de la figura ante la que nos sacrificamos, o a la que ofrecemos el sacrificio, es decisiva en la creación de significado, pues un objeto indigno degrada al que se sacrifica. El causante de un crimen violento nunca es digno del sacrificio de la víctima; es un simple e ignorante agente de fuerzas arquetípicas que lleva a cabo su crueldad impersonal. Ni él ni los poderes divinos a los que sirve se preocupan por el destino individual de la víctima. La víctima debe encontrar un altar digno en su propia psique en el que colocar lo que le ha sido arrebatado. Elegir lo que ya ha sucedido y dar nuestra aprobación consciente, no sólo nuestro consentimiento, a la realidad de la propia condición de víctima es iniciar el sacrificio consciente.
A nivel colectivo e históricamente, la exigencia de sacrificio se ha cernido de forma desproporcionada sobre las mujeres en formas que a la mayoría de los hombres (y a muchas mujeres) nos les parece verdadera y dignamente sacrificial. Tal vez a causa de esta herencia y de la continua condición de víctima de la mujer, resulta difícil para muchas mujeres (y para muchos hombres) imaginar que algo deba conseguirse a través de algún tipo de sacrificio. El autosacrificio no encaja ni con el ensimismamiento de la New Age ni con las corrientes más profundas y fuertes del pensamiento feminista.
Pero sin duda ha de haber un lugar para el sacrificio. Hay algún lugar en la vida donde valorar el sufrimiento o el dolor persistente, en aras de una persona o una causa realmente amados? Qué puede significar ser santo, o escogido, o dedicado si no hay una persona o una causa digna de tal devoción? De qué sirven toda nuestra fuerza y poder sino podemos entregarlos y someterlos a un valor mayor? Estamos tan decididos a no ser víctimas que nos hemos vuelto incapaces de sacrificio? Si no podemos o no queremos dar o entregar algo, si no sentimos exigencias éticas más profundas que nuestras pequeñas identidades, hemos perdido no sólo una capacidad vital para relacionarnos sino una experiencia fundamental del ser humano. Dado que implica una pérdida irreparable, parece una tragedia ser víctima bajo cualquier circunstancia. Pero es una tragedia igualmente terrible no querer sacrificarse, porque implica una incapacidad de amar.