La necesidad de que la víctima encuentre sentido a su situación no es lo mismo que encontrarle un motivo. Tal vez no haya ningún motivo por el que una determinada persona se convierta en un momento dado en víctima de un conductor borracho. El motivo por el cual uno se convierte en víctima puede ser tremendamente distinto del sentido que la víctima encuentre a la experiencia. Y como cada víctima comprende su situación de modo diferente, el descubrimiento del sentido siempre es una experiencia individual.
El primer grito de la víctima es por qué yo?. Como difícilmente hay una respuesta, tal vez por qué no yo? sería una pregunta más productiva. La condición de víctima tiende a volvernos visibles: uno ha sido escogido. Pero la experiencia de la condición de víctima hace que algunos de sus aspectos sean también visibles para él o ella, con la tremenda inmediatez emocional característica del trauma genuino. Sean cuales sean las circunstancias o el causante, la víctima revela su coraje o su cobardía, su limitado control sobre las circunstancias, la profundidad de su miedo y su vergüenza, su capacidad de compadecerse de sí misma o de culparse a sí misma.
En la figura de la víctima hay una lección relativa al dios al que se ofrece el sacrificio, pues la víctima es semejante al dios. Los antiguos creían que había una afinidad profunda, aunque a veces oculta, entre la víctima sacrificial y el dios al que se hacía la ofrenda. En la tradición judía, la justicia de Dios requería que el animal sacrificial fuera inocente y estuviera bien formado; de ahí el cordero sin tacha. El mito cristiano requiere que el Hijo sacrificado sea como el Padre, sin pecado. En la región del alma donde nos sentimos víctimas, debemos buscar la semejanza con un dios, y construir un altar interior para asegurar que nuestro sacrificio será santo. La enseñanza que hay que descubrir no es el tú te lo has buscado, sino que eso te ha buscado para llevarte a tu Yo.
El modo en que tratamos a la víctima sagrada interior muestra cómo tratamos a la víctima secular en el mundo. Si en un sueño nocturno nuestra respuesta ante un animal herido o un niño del que se ha abusado es hacerlo desaparecer (olvidando el sueño o ignorando la molestia) o condenarlo (fue una pesadilla, no tenía sentido, me dio miedo y lo envié a paseo), nuestra crueldad nos permitirá hacer que las víctimas exteriores desaparezcan de nuestra vista, memoria y responsabilidad, o bien las trataremos con la satisfacción inconsciente que se muestra como piedad. Todo menos verdadera preocupación, verdadera compasión, verdadero amor.