En una y mil frases indicamos la importancia de la “actitud correcta”: lo tomé con la actitud correcta”; “su actitud no estuvo bien”; “tendrás que cambiar tu actitud si quieres lograrlo”; la actitud adecuada”, y todo eso. Qué queremos decir con “actitud”? Nos referimos al estado general de una persona respecto a algo o, más bien, a su estado emocional al apreciarlo. Si ella siente suspicacia, su actitud es de recelo. Si siente miedo, afecto, confianza, esperanza, su actitud es correspondiente a sus estados internos. Cualquiera sea la emoción u opinión producida por el objeto, la actitud es determinada por ella.
Podemos cambiar nuestra actitud hacia las cosas? Es obvio que nuestra actitud puede ser cambiada por nosotros según las circunstancias. De hecho, respecto de la mayoría de los objetos y personas nuestras actitudes cambian casi todos los días. Un día estamos así y así y nos disponemos, consecuentemente, a actuar asá y asá; pero al día siguiente, debido a alguna causa externa o interna, nuestra actitud ha cambiado y somos fríos donde éramos cálidos. La observación de nosotros mismos mostrará con facilidad cuán infinitamente cambiantes somos en nuestras actitudes, esto es, en nuestras respuestas emocionales a las cosas. Pero la cuestión es: podemos cambiar nuestra actitud voluntariamente, a nuestro propio arbitrio, sin el estímulo de un cambio en el objeto? Si pudiéramos hacerlo, estaríamos en la senda de convertirnos en maestros de nuestro propio destino, ya que las circunstancias pueden afectarnos sólo si somos proclives a ello. Si puedo adoptar cualquier actitud que escoja – esto es, tener cualquier emoción que quiera – entonces cualquier cosa que eventualmente suceda es igual para mí. Puedo sentir acerca de ello como me plazca.
Semejante dominio está muy lejano para la mayoría de nosotros; pero no hay duda de que podemos empezar a alcanzarlo. Por ejemplo, cuando nos encontramos en una actitud frente a frente con una situación o persona, que es muy dolorosa como para continuar, tratamos de cambiar el objeto, y, fallando esto, cambiamos nuestro estado en relación a él. La fábula del zorro y las uvas es aplicable aquí. Habiendo tratado en vano de obtener las uvas, el zorro se convence a sí mismo que no estaban maduras. Al imaginarse las uvas ácidas, el zorro indujo una emoción diferente, o una actitud en sí mismo. Dejó de percibir las uvas en la forma apetitosa que las había percibido anteriormente. La conclusión práctica a inferir es que la imaginación es la manera por la cual nuestra actitud puede ser controlada. Nuestras emociones son evocadas por nuestra imaginación; y en la medida que ella esté bajo nuestro control, nuestras emociones y actitudes también los estarán.