Observación pura, lucidez alerta, escucha vigilante, llamada de atención, son términos usados por Krishnamurti para designar este instrumento por excelencia del despertar. La atención se despliega como un estar-en-el-mundo-en-el-instante, la presencia a lo que es, sin pantallas y sin máscaras. Lugar de un escuchar infinito donde el mundo no se repite jamás, donde “el pensamiento más profundo ama la vida más viviente”.

Acogida plenamente sensible de lo que nos rodea, contemplación y compasión, la atención es al mismo tiempo – en el mismo flujo – investigación apasionada de sí mismo. Y por esto, el espacio de una libertad posible. En efecto, es por el contraste con la atención que se descubre nuestro apego a las interferencias del ego. Ver, en el mejor sentido de la palabra, es liberarse de ello. Este ver pone en juego una acción que ya no se fundamenta en la sola punzante repetición del pensamiento. Esta manera soberana de ir en cada instante a lo más verdadero, no exige – paradójicamente – ni esfuerzo ni voluntad. Ello se cumple de hecho en el olvido del yo, “en el olvido de las palabras”. Es a la concentración – percibida aquí como el estrechamiento del campo de la consciencia con fines egocéntricos – lo que el diseño libre es al diseño impuesto:

“Cuando pones realmente atención, no hay una acción fundamentada en la memoria. En cambio, si te concentras, tú haces un esfuerzo, actuando siempre a partir de la memoria, como un tocadiscos repetitivo”

Donde la concentración cierra, la atención abre. La una empobrece, la otra acrecienta. La una quiere circunscribir, la otra busca comprender. La una filtra el mundo a imagen de la persona, la otra no tiene más objeto que su despliegue impersonal. Para Krishnamurti, ver es percibir en el espacio de un instante la verdad de un evento:

“El acto de ver es instantáneo, no es “yo aprenderé a ver”. Si tú dices “yo aprenderé”, tú ya has introducido el tiempo”.

Para que esto pueda surgir, uno no se ejercita. La lucidez no podría ser el fruto de un procedimiento habitual: