Hay muchas dimensiones en la experiencia meditativa. Podemos tener una hermosa experiencia, muy satisfactoria y agradable; pero esa experiencia es limitada porque ella pertenece a un ego. Hay un marco de referencia dentro del cual reaccionamos, por lo tanto, perdemos la experiencia. Así tenemos nuestros altos y bajos. Más tarde nuestra experiencia meditativa puede expandirse y llegar a ser ilimitada, sin punto de referencia, sin centro. Todo y cada cosa es parte de la meditación. Esto puede conducirnos a un nivel donde ya no existen distinciones. Despertamos y vemos que la realidad y la verdad no son unidimensionales, sino como un diamante con muchas facetas. Este nivel es lucidez pura. En ella estamos por sobre los pensamientos, en ellos y fuera de ellos. Podemos todavía verlos, pero sin involucrarnos.
Es posible pasarse muchos años practicando sin hacer progresos sustanciales. Pero podemos decir cuándo estamos meditando bien, porque en los más altos niveles de meditación no nos damos cuenta de que estemos haciendo algo, allí no hay reflexión. Tan pronto como existan murallas, en cuanto hayan parámetros, cuestionaremos nuestro estado y trataremos de medir el espacio. Pero cuando entramos en el espacio abierto de la meditación, no podemos dividirlo de esta u otra manera. Ya no se pueden aplicar cuestionamientos.
Al comenzar la meditación, es importante dejar ir todos los pensamientos y librarnos de su pasado y de su futuro. Es entre ellos donde encontramos la meditación. A medida que ella se va desarrollando, vamos descubriendo una intencionalidad meditativa dentro de cada pensamiento y de cada emoción. La meditación entonces viene a ser una parte natural de nosotros, una experiencia que puede acompañarnos a través de nuestra vida cotidiana. Cualquiera que sea lo que experimentemos puede volverse meditación, siempre que no tratemos de evitar o seleccionar. Nuestra respiración, sensaciones, tensiones musculares, deseos, ego, aferramientos y confusión, cada cosa que experimentemos puede ser parte de nuestra meditación. Ella no sólo puede ayudarnos a resolver nuestros problemas sino, además, protegernos de que surjan. El proceso de meditación relaja y calma, de modo que cuando surge cualquier pensamiento o emoción, ya no nos arrastra con ellos. Así su poder sobre nosotros empieza a disolverse.