LXVII
Cuando escucho la melodía de su flauta,
ya no soy dueño de mí.
La flor se abre sin que la primavera haya llegado,
y ya la abeja ha recibido su perfumado mensaje.
Retumba el trueno, fulgen los relámpagos;
en mi corazón saltan las olas.
Cae la lluvia y mi alma languidece pensando en mi Señor.
Allí donde el ritmo del mundo nace y muere a la vez,
allí es donde mi corazón lo alcanza.
Allí flotan al viento los pendones ocultos.
Kabir dice:
Mi corazón se muere de vivir.
LXVIII
Si Dios está en la mezquita,
¿a quién pertenece el mundo?
Si Rama, ¡oh peregrino!, está en la imagen que tú adoras,
¿qué ocurre allí donde no hay imágenes?
Hari está en Oriente, Alá en Occidente.
Mírate el corazón,
y allí encontrarás a la vez a Karim y a Rama.
Todos los hombres y todas las mujeres del mundo
son sus formas vivientes.
Kabir es el hijo de Alá y de Rama.
Él es mi Maestro; Él es mi mentor espiritual.
LXIX
Aquel que es modesto y se conforma con su suerte,
aquel que es justo,
aquel cuyo espíritu está henchido de resignación y de paz,
aquel que lo ha visto y lo ha tocado
es el que se halla libre de temor y de angustia.
Para él, la idea de Dios
es como un ungüento de sándalo
esparcido por la piel.
Para él no hay otro goce que esa idea.
Una bella armonía rige
su trabajo y su reposo;
de él emana un resplandor de amores.
Kabir dice:
Toca los pies de Aquel que es uno,
indivisible, inmutable, apacible;
de Aquel que llena de desbordante alegría
los vasos terrestres,
y cuya forma es el amor.
LXX
Reúnete con los buenos,
donde el Bienamado tiene su morada.
Aprende de ellos todas sus ideas,
todo su amor y todo su saber.
¡Redúzcase a cenizas la asamblea
en que Su Nombre no sea pronunciado!
No vaciles más; piensa sólo en el Bienamado.
Que tu corazón no adore a otros dioses.
No es bueno adorar a otros dueños.
Kabir reflexiona y dice:
Si obras de otro modo,
jamás encontrarás al Bienamado.
LXXI
La joya se ha perdido en el fango
y todos quieren encontrarla.
Estos la buscan por un lado, aquellos por otro;
algunos la ven en el agua, otros entre las piedras.
Pero el discípulo Kabir,
que la aprecia en su verdadero valor,
la ha envuelto cuidadosamente en su corazón,
como en los pliegues de su manto.