El mundo entero, dice Kabir,
reposa sobre su juego,
pero el jugador permanece desconocido.
LXXXIII
El arpa difunde una suave música
y la danza continúa sin danzantes.
La música se toca sin tañerla;
se escucha sin oídos, pues Él es el oído y el escucha.
La puerta está cerrada,
pero el incienso está en el interior y nadie ve la cita.
El sabio comprende estas palabras.
LXXXIV
El Mendigo mendiga, pero no alcanzo a verlo.
¿Qué le pediré al Mendigo?
Me da sin que yo le pida nada.
Kabir dice:
Soy suyo, y dejo que se cumpla el destino.
LXXXV
Mi corazón reclama la morada de mi Bienamado.
A la que pierde la ciudad de su esposo,
igual le da el gran camino que el abrigo de un techo.
Mi corazón de nada se alegra;
mi espíritu y mi cuerpo divagan sin cesar.
Su palacio tiene un millón de puertas;
pero entre Él y yo media un vasto océano.
¿Cómo lo cruzaré?
No tiene fin, ¡oh amigo!, la extensión de esa ruta.
¡Qué maravillosa obra es esa lira!
Bien templada, arrebata el corazón;
pero rotas las clavijas o distendidas las cuerdas,
ya no interesa a nadie.
Les digo, riendo, a mis padres:
“Es preciso
que vaya a ver esta misma mañana a mi Señor”.
Ellos se encolerizan, no quieren dejarme ir y dicen:
“Esta criatura cree
haber adquirido tan gran dominio sobre su Esposo,
como para obtener de Él todo cuanto quiere;
de ahí su impaciencia por encontrar a su Señor.
Ahora, querido amigo, alza ligeramente mi velo,
que esta es mi noche de amor.
Kabir dice:
¡Escúchame! Mi corazón está impaciente
por encontrar a mi Bienamado;
permanezco en mi lecho, sin sueño.
Acuérdate de mí, cuando despunte el alba.
LXXXVI
Sirve a tu Dios,
presente en este templo que es la vida.
No seas loco,
pues las sombras de la noche pronto se espesan.
Me ha esperado durante la eternidad de las edades;
por amor a mí, El ha perdido su corazón.
¡Y yo ignoraba la felicidad que tan cerca tenía!
Mi amor aún no se había despertado.
Pero ahora mi amante me ha dado a conocer
el sentido de los sones que percibieron mis oídos.
Ahora he realizado mi felicidad.