Kabir dice:
Resulta perfectamente inútil
que lleves en la cabeza toda esa carga
de orgullo y vanidad;
tírala al polvo y corre al encuentro del Bienamado.
Dirígete a Él como a tu Señor que es.

XCII
Separada de su amado,
la mujer hila en su rueca.
La ciudad de su cuerpo, con el palacio de su espíritu,
se alza en su hermosura.
La rueca del amor, hecha con las joyas del saber,
gira en el cielo.
¡Qué hilos tan sutiles teje la mujer,
y cómo los refina su amor y su respeto!

Kabir dice:
Trenzo la guirnalda de los días y de las noches;
cuando venga mi Amado y toque yo Sus pies,
le ofrendaré mis lágrimas.

XCIII
Bajo el gran quitasol de mi Rey
brillan millones de soles, de lunas y de estrellas.
Él es el Espíritu de mi espíritu.
Él es la Pupila de mis pupilas.
¡Que mi espíritu y mis ojos no formen más que uno!
¡Que mi amor alcance a mi Bienamado!
¡Que la fiebre ardiente de mi corazón
pueda encontrar alivio!

Kabir dice:
Cuando el amor y el Amado se unen,
es cuando el amor alcanza la perfección.

XCIV
Mi país, ¡oh santo!, es un país sin dolor.
Les clamo a todos a gritos:
al rey como al mendigo, al emperador como al fakir.
¡Quien quiera que busque abrigo junto al Altísimo,
que venga a mi país!
¡Que venga el triste y fatigado y deposite aquí su fardo!
Ven aquí, hermano,
para que puedas pasar más fácilmente a la otra orilla.
Este es un país sin tierra ni cielo, sin luna ni estrellas.
La radiante Verdad es lo único que brilla
en el triunfo de mi Señor.

Kabir dice:
¡Oh, hermano amadísimo!
Nada es esencial sino la Verdad.

XCV
Estuve con mi Señor en la casa de mi Señor,
pero no viví con Él;
ignoré Sus caricias, y mi juventud pasó como un sueño.
En la noche de mis bodas,
mis amigas cantaban a coro;
me ungieron con los ungüentos de la alegría y del dolor.
Pero al concluir la ceremonia abandoné a mi Señor,
y me fui;
mis amigas, en el camino,
intentaron en vano consolarme.

Kabir dice:
Iré a la casa de mi Señor, con mi Amado a mi lado,
y haré entonces que suene la trompeta del triunfo.