VIII
El vaso terrestre acuna las campiñas y los boscajes; en él se halla el Creador.
En ese vaso están los siete océanos
y las innumerables estrellas.
Dentro están el artífice y su piedra de toque.
En él resuena la voz del Eterno,
que hace surgir la primavera.

Kabir dice:
Óyeme, amigo mío:
mi Señor bienamado se halla en ese vaso.

IX
¿Cómo podría yo jamás pronunciar
esas palabras misteriosas?
¿Cómo podría yo decir:
Él no es como esto y es como aquello?
Si digo que Él está en mí,
el universo se escandaliza de mis palabras.
Si digo que está fuera de mí, miento.
De los mundos internos y externos,
Él hace una unidad indivisible.
Lo consciente y lo inconsciente
son los taburetes de sus pies.
Ni se manifiesta ni se oculta; no es revelado ni irrevelado.
No hay palabras para decir lo que Él es.

X
Atrajiste mi corazón hacia ti, ¡oh Fakir!
Me hallaba dormido en mi alcoba
y tú me despertaste con tu impresionante voz, ¡oh Fakir!
Me hundía en las profundidades
del océano de este mundo,
y Tú me has salvado
sosteniéndome en tu brazo,
¡oh Fakir!
Una sola palabra de Ti, no dos,
y me liberas de todas las cadenas, ¡oh Fakir!

Kabir dice:
Has unido tu corazón a mi corazón, ¡oh Fakir!

XI
Antes, yo jugaba día y noche con mis compañeras,
y ahora tengo miedo.
El palacio de mi Señor está tan alto,
que mi corazón tiembla de subir;
pero no debo ser miedosa si quiero gozar de Su amor.
Mi corazón ha de buscar a mi Bienamado,
he de quitarme el velo y unir a Él todo mi ser.
Mis ojos serán dos lámparas de amor.

Kabir dice:
Oyeme, amiga mía: Él comprende quién lo ama.
Si no languideces de amor por el Único Bienamado,
es inútil que adornes tu cuerpo;
es en vano que te pongas ungüento sobre los párpados.

XII
Cuéntame, ¡oh cisne!, tu antigua historia.
¿De qué país vienes, oh cisne?
¿Hacia qué riberas encaminas tu vuelo?
¿Dónde descansarás, ¡oh cisne!, y qué es lo que buscas?
Despiértate esta misma mañana, ¡oh cisne!,
levántate y sígueme.
Hay un país donde no imperan ni la duda ni la tristeza,
donde ya no existe el terror de la muerte.
Allí, los bosques primaverales están en flor,
y la brisa nos trae un perfume que dice: “Él soy Yo”.
Allí, la abeja del corazón
penetra profundamente en la flor,
sin aspirar a otro goce.