El cuerpo es algo ajeno, que debemos soportar. Es una tumba, una prisión, un cadáver, un compañero indeseable, un intruso, un dragón devorador. Es un instrumento de humillación y sufrimiento, que hunde al espíritu en un sopor abyecto, en el degradante olvido de su origen.

Y no sólo el cuerpo domina al hombre, sino también un conjunto de pasiones, de demonios que penetran en su alma produciendo en ella deseos inferiores y groseros. El hombre posee dos almas: un alma celeste, su verdadero yo y un alma inferior puesta en él por los demonios para obligarlo a pecar.

En segundo lugar, el hombre gnóstico se siente arrojado a un mundo ajeno, absurdo, con el que no tiene afinidad. El mundo es el sitio de la muerte, la fealdad y el mal. Libéranos de la oscuridad de este mundo al que hemos sido arrojados.

Según algunos gnósticos, no hay un mundo sino una multitud innumerable de mundos inacabados. Este que habitamos se halla rodeado por tinieblas exteriores, por un gran mar que no es otro que el firmamento, que son barreras que impiden la evasión fuera de él.

El cosmos visible es el dominio de la sucesión de nacimientos y muertes, la región en que se hallan aprisionadas las almas superiores desde su caída a la materia. La mayor parte de los gnósticos cree en la reencarnación, lo que da optimismo a su visión . La suerte de los hombres inferiores sólo es desesperada para esta encarnación, ya que nada impide que en encarnaciones posteriores vayan transformándose en seres espirituales.

Arrojado al mundo, el hombre aspira desesperadamente a un más allá que es donde se encuentra la verdadera vida, en libertad y plenitud. El hombre -dicen los gnósticos- tiene dentro de sí un principio divino exiliado aquí abajo. Mediante el conocimiento, él reconoce su origen y así se salva: el conocimiento del hombre es el comienzo de la perfección.

El hombre está en el mundo, pero no es del mundo. El mundo y su existencia en él es algo malo ya que es una mezcla violenta y anormal de dos naturalezas o dos modos de ser contrarios e irreconciliables, con exigencias opuestas.