Por lo tanto el I Ching encara su futuro en el mercado librero norteamericano con calma, y se expresa aquí tal como lo haría cualquier persona sensata con respecto al destino de una obra tan controvertida. Esta predicción es tan razonable y está tan llena de sentido común, que sería difícil pensar en una respuesta más atinada.
Todo esto ocurrió antes de haber escrito yo los párrafos que anteceden. Al llegar a este punto quise conocer la actitud del I Ching frente a la nueva situación. El estado de cosas había sido alterado por lo que yo había escrito, en la medida en que yo mismo había entrado ahora en escena, y por lo tanto esperaba saber algo sobre mi propia acción. Debo confesar que mientras escribía este prólogo no me sentí demasiado feliz, ya que como persona con sentido de responsabilidad hacia la ciencia, no acostumbro afirmar algo que no puedo probar o por lo menos presentar como una cosa aceptable para la razón. Es, por cierto, una tarea problemática tratar de presentar a un público moderno y dotado de sentido crítico, un conjunto de arcaicas “fórmulas mágicas” con la intención de volverlas más o menos aceptables. Emprendí la tarea porque yo mismo pienso que hay en el antiguo modo de pensar chino más de lo que está a la vista. Pero me resulta embarazoso tener que apelar a la buena voluntad y a la imaginación del lector, dado que debo introducirlo en la oscuridad de un arcaico ritual mágico. Desgraciadamente, conozco demasiado bien los argumentos que pueden esgrimirse en contra de él. Ni siquiera sabemos con certeza si el barco que ha de llevarnos por sobre los mares ignotos no hace agua por algún lado. ¿No estará corrompido el viejo texto? ¿Es correcta la traducción de Wilhelm? ¿No nos embelesamos a nosotros mismos con nuestras propias explicaciones?
El I Ching insiste de un extremo a otro de su texto en la necesidad del conocimiento de sí mismo. El método que servirá para lograrlo está expuesto a toda clase de abusos; de ahí que no esté destinado a la gente inmadura y de mente frívola; tampoco es adecuado para intelectualizantes y racionalistas. Sólo es apropiado para gentes pensantes y reflexivas a quienes les place meditar sobre lo que hacen y lo que les ocurre –predilección que no debe confundirse con el morboso y rumiante cavilar del hipocondríaco-. Como he señalado más arriba, no tengo respuesta para la multitud de problemas que surgen cuando tratamos de armonizar el oráculo del I Ching con nuestros cánones científicos aceptados. Pero, ni falta hace decirlo, nada “oculto” puede deducirse por raciocinio. Mi posición en estas cuestiones es pragmática, y las grandes disciplinas que me han enseñado la utilidad práctica de este punto de vista son la psicoterapia y la psicología médica. Probablemente en ningún otro campo tenemos que habérnoslas con tantas incógnitas, y en ninguna otra parte nos acostumbramos tanto a adoptar métodos que resultan operantes aún cuando por largo tiempo acaso ignoremos por qué son operantes. Pueden darse curas inesperadas ocasionadas por terapias cuestionables, e inesperados fracasos ocasionados por métodos presuntamente seguros. En la exploración del inconsciente nos topamos con cosas sumamente extrañas, de las que el racionalista se aparta con horror, asegurando luego que no ha visto nada. La plétora irracional de la vida me ha enseñado a no descartar nada jamás, aún cuando vaya contra todas nuestras teorías (de tan breve perduración en el mejor de los casos) o bien no admita ninguna explicación inmediata. Esto, naturalmente, resulta inquietante, y uno no sabe con certeza si la brújula está apuntando bien o no; pero la seguridad, la certidumbre y la paz no conducen a descubrimientos. Lo mismo ocurre con este método chino de adivinación. Es obvio que la finalidad del método es el conocimiento de sí mismo, aún cuando en todas las épocas también se lo ha usado en un sentido supersticioso.