Yo, por supuesto, estoy absolutamente convencido del valor del autoconocimiento, pero, ¿tiene algún objeto recomendar semejante introvisión cuando los hombres más sabios a través de las edades han predicado sin éxito su necesidad? Aún para la mirada más prejuiciosa resulta obvio que este libro representa una larga exhortación a una cuidadosa indagación de nuestro propio carácter, actitud y motivaciones. Esta posición encuentra resonancia en mí y me indujo a emprender el prólogo. Antes, en una sola ocasión había manifestado algo en relación con el problema del I Ching: fue en un discurso conmemorativo en homenaje a Richard Wilhelm. Fuera de esto, he mantenido un discreto silencio. No es nada fácil percibir cuál es nuestro propio camino para penetrar en una mentalidad tan remota y misteriosa como la que subyace en el I Ching. No se puede dejar de lado sin más a espíritus tan grandes como Confucio y Lao Tse, por poco que uno sea capaz de apreciar la calidad del pensamiento que ellos representan; mucho menos es posible pasar por alto el hecho de que el I Ching constituyó para ambos su fuente principal de inspiración. Sé que anteriormente no me hubiera atrevido a expresarme en forma tan explícita sobre una cuestión tan incierta. Puedo correr el riesgo porque estoy ahora en mi octava década y las cambiantes opiniones de los hombres ya apenas me impresionan; los pensamientos de los viejos maestros tienen para mí mayor valor que los prejuicios filosóficos de la mente occidental.

No quiero abrumar al lector con estas consideraciones personales; pero como ya lo señalé, a menudo nuestra propia personalidad está implicada en la respuesta del oráculo. De hecho, al formular mi pregunta en realidad invité al oráculo a comentar directamente mi acción. La respuesta fue el hexagrama 29, k’an, LO ABISMAL. Se da especial énfasis al tercer puesto, al acentuarse la línea señalada con un seis. Esta línea expresa:

Adelante y atrás, abismo sobre abismo.

En un peligro como éste, detente primero y espera,