Estos cuatro hexagramas tienen unidad temática en lo fundamental (vasija, foso, pozo) y, en lo que concierne a su contenido intelectual, parecen tener sentido. Si un ser humano hubiese dado tales respuestas, yo, como psiquiatra, habría tenido que declararlo mentalmente sano, por lo menos sobre la base del material presentado. Por cierto que no hubiera sido capaz de descubrir ningún elemento de delirio, idiotez o esquizofrenia en las cuatro respuestas. En vista de la extrema vejez del I Ching y de su origen chino, no puedo considerar anormal su lenguaje arcaico, simbólico y florido. Por el contrario, hubiera tenido que felicitar a esta persona hipotética por el alcance de su percepción de mi inexpresado estado de duda. Por otro lado, cualquier persona de mente aguda y flexible puede dar vuelta toda la cuestión y mostrar cómo he proyectado mis propios contenidos subjetivos sobre el simbolismo de los hexagramas. Semejante crítica, aunque catastrófica desde el punto de vista de la racionalidad occidental, no afecta la función del I Ching. Por el contrario, el sabio chino me diría sonriendo: “¿No ve usted lo útil que es el I Ching, al hacer que usted proyecte sobre ese abstruso simbolismo pensamientos hasta ahora inadvertidos? Usted podría haber escrito su prólogo sin advertir para nada la avalancha de malentendidos que el mismo podía desencadenar.”
El punto de vista chino se desentiende de la actitud que uno adopta en cuanto al funcionamiento del oráculo. Únicamente nosotros nos sentimos perplejos, porque tropezamos una y otra vez con nuestro prejuicio, o sea la noción de causalidad. La antigua sabiduría de Oriente pone el acento sobre el hecho de que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos, pero no le preocupa en lo más mínimo la forma en que lo hace. Cuanto menos piense uno en la teoría del I Ching, mejor dormirá.
Me parece que sobre la base de este ejemplo, un lector desprejuiciado estará ahora en condiciones de formarse por lo menos un criterio tentativo sobre el modo de operar del I Ching. Más no se puede esperar de una simple introducción. Si mediante esta demostración he conseguido dilucidar la fenomenología psicológica del I Ching, habré logrado mi propósito. En cuanto a las mil preguntas, dudas y críticas que este libro singular suscita, yo no puedo contestarlas. El I Ching no se ofrece acompañado de pruebas y resultados; no alardea ni es fácil de abordar. Como si fuera una parte de la naturaleza, espera hasta que se lo descubra. No ofrece hechos ni poder, pero para los amantes del autoconocimiento, de la sabiduría –si los hay- parece ser el libro indicado. Para alguno su espíritu aparecerá tan claro como el día; para otro, umbrío como el crepúsculo; para un tercero, oscuro como la noche. Aquel a quien no le agrade no tiene por qué usarlo, y aquél que se oponga a él no está obligado a hallarlo verdadero. Dejémoslo salir al mundo para beneficio de quienes sean capaces de discernir su significación.
C. G. Jung
Zurich, 1949.