La respuesta dada, en estas dos líneas destacadas, a la pregunta que yo formulé al I Ching, no requiere ninguna particular sutileza interpretativa, ni artificios, ni conocimientos inusuales. Cualquiera que posea un poco de sentido común puede comprender el significado de la respuesta. Es la respuesta de alguien que tiene buena opinión de sí mismo, pero cuyo valor no es generalmente reconocido, ni siquiera ampliamente conocido. El sujeto que responde tiene un concepto interesante acerca de sí mismo: se ve a sí mismo como una vasija en la que se brinda a los dioses las ofrendas sacrificiales, el alimento ritual para nutrirlos. Se concibe a sí mismo como un utensilio de culto destinado a proveer alimento espiritual a los elementos o fuerzas inconscientes (“agentes espirituales”) que han sido proyectados como dioses –en otras palabras, destinado a prestar a esas fuerzas la atención que necesitan a fin de desempeñar su papel en la vida del individuo-. En verdad, este es el significado primero de la palabra religio: una cuidadosa observancia y consideración (de relegere) de lo numinoso.

El método del I Ching, en verdad, toma en consideración la oculta calidad individual de cosas y hombres, así como también de nuestra propia mismidad inconsciente. Interrogué al I Ching como se interroga a una persona a la que nos disponemos a presentar a nuestros amigos: uno pregunta si ello le resultará agradable o no. En respuesta, el I Ching me habla de su significación religiosa, del hecho de que en la actualidad se lo  desconoce y se lo maljuzga, de su esperanza de que se lo restituya a un puesto de honor –esto último, obviamente, con una mirada de reojo a mi aún no escrito prólogo, y sobre todo a la versión inglesa-. Ésta parece ser una reacción perfectamente comprensible, tal como la que podría esperarse también de una persona en situación similar.

¿Pero cómo vino a surgir esta reacción? En virtud de arrojar yo al aire tres pequeñas monedas, dejándolas caer, rodar y detenerse en posición de cara o ceca, según fuera el caso. Este curioso hecho, que una reacción que tiene sentido surja de una técnica que en apariencia excluye de entrada todo sentido, constituye la gran realización del I Ching. El ejemplo que acabo de dar no es único; las respuestas plenas de sentido constituyen la regla. Tanto sinólogos occidentales como distinguidos eruditos chinos se tomaron la molestia de informarme que el I Ching es una colección de “fórmulas mágicas” obsoletas. En el transcurso de esas conversaciones mi informante admitía a veces que había consultado al oráculo por intermedio de un adivino, por lo general un sacerdote taoísta. No podía tratarse de otra cosa sino de “puras tonterías”, claro está. Pero, y es bastante curioso, la respuesta recibida coincidía, al parecer, de un modo notablemente acertado, con el punto sensible psicológico del consultante.