En muchas ocasiones, involuntariamente revelamos lo que desearíamos ocultar. Hay innumerables situaciones en las que el control de las expresiones es fundamental para el éxito, en las que éste es esencial para la felicidad de otros o de la propia. Quien no pueda controlar sus expresiones, incluyendo no solamente la expresión facial, sino gestos, posturas, movimientos, actitud, tono de voz, etc., es realmente un niño. No esperamos que un niño se controle; su virtud es ser espontáneo. Pero cuando llegamos a ser adultos, nos deshacemos de lo infantil.

De lo primero que debemos darnos cuenta es que en ocasiones somos esencialmente transparentes para cualquier observador entrenado. Vivimos en una casa de vidrio semejante a esas colmenas de observación que permiten que apicultores capacitados examinen a las abejas trabajando. La colmena en que vivimos es nuestro cuerpo físico, y, mientras no ejercitemos un real control sobre él, todos sus movimientos, posturas y gestos, son manifestaciones naturales de nuestro estado psíquico interior. Por ejemplo, despierto en la mañana y escucho una mala noticia. Mi cuerpo manifiesta de inmediato mi depresión. Aparecen líneas en mi cara, los ángulos de mi boca descienden, mis gestos son desanimados y mi aspecto, decaído. Cualquier persona familiarizada conmigo se da cuenta de que algo anda mal, y un observador entrenado, aunque nunca antes me hubiese visto, podría ser igualmente perceptivo. Pero este es sólo un ejemplo de nuestra automanifestación. Todos nuestros estados se muestran, desde el más general al más mínimo, en cambios físicos visibles o perceptibles a un observador externo. Pero si no fuera porque a menudo no existe tal observador entrenado, podríamos estar delatándonos constantemente. Y en realidad, no hacemos otra cosa.

Asumiendo que deseamos ser capaces de ocultarnos y no seguir viviendo transparentemente en el mundo, la primera cosa por hacer es convertirnos en observadores de nosotros mismos. Muy pocas personas saben cómo se ven en este, ese u otro estado de ánimo, 0 como revelan realmente sus estados subjetivos con sus posturas, gestos, tonos de voz y actitud. Como condición para controlar esas expresiones es sumamente necesario conocer cuáles son. Así, el primer paso en el camino de no delatarnos es el descubrimiento y comprensión de la manera particular en que lo hacemos. Aprendamos primero a mirarnos y oírnos como los otros nos ven y oyen. Después puede ser posible aprender como no ser evidentes. Pero no podemos empezar el aprendizaje de no delatarnos hasta no conocer nuestros actuales modos y expresiones cuenta-cuentos habituales.