La naturaleza capacita al hombre para desprenderse periódicamente de sus ataduras, por medio de una frecuente ruptura de su estado de vigilia y de su vida terrenal. La primera en el dormir y la segunda en la muerte.

Estas experiencias determinan en el hombre distintas intuiciones que dependen del contexto en el que viva: raza, país, época, cultura personal. Esas intuiciones son: primero reconoce vagamente un Poder Superior, después en la segunda etapa – se aclaran más sus intuiciones y se ve obligado a contemplarse en su interior y reconocer la Paz que está ligada a ese Poder; la tercera etapa es aquella en que empieza a formular ciertas preguntas que conmueven su razón, a las que finalmente les encuentra una respuesta racional. La primera etapa es la del devoto, la segunda es la del místico, la tercera es la del metafísico.

La Naturaleza, más tarde, se esfuerza por equilibrar la evolución interna del individuo, con resultados exteriores y por desplegar la segura y reiterada visión que trasciende toda visión e intuición.

El ser humano tiene que cumplir su destino espiritual y su realización individual superior sólo a través de la maduración de la consciencia, y es por medio de su contribución que puede gradualmente tomar consciencia de su Yo Superior.

Desde el punto de vista del sueño, se puede deducir que el espacio mismo debe ubicarse en la mente y no la mente en el espacio. Las dimensiones espaciales son la coexistencia de ideas dentro de la mente y no
de cosas fuera de ella. Esto se puede entender si se comprende la distinción entre mente y consciencia. La mente es la raíz de la consciencia.

La escala temporal con la que medimos cosas y acontecimientos de la vida de vigilia, es totalmente distinta de la empleada durante el sueño. No perdemos las percepciones espacio-temporales durante el sueño, pero nos formamos nuevas “ideas” de dichas percepciones.

El mundo onírico es una serie de ideas sobre las cuales fijamos nuestra atención, no es un lugar, sino un estado de la atención. En el mundo de la vigilia nuestra experiencia del mundo corre siempre parejo con nuestra atención de ese mundo, el prestar atención a las cosas es el requisito esencial para la captación
de los objetos, el grado de atención otorgado, es exactamente proporcional a la intensidad de la consciencia.