Reconociendo conscientemente el valor intrínseco de todos los seres (sin distinguir entre seres humanos, animales y plantas) reconocemos nuestro deber para apreciar la naturaleza y comenzar a preguntarnos sobre nuestro excesivo énfasis en satisfacer nuestros deseos personales. Ya sea que nos demos cuenta o no, estamos enfrentados ante una elección fundamental: sustentar al mundo natural o perpetuar una sociedad obsesivamente materialista. A la fecha, la resolución de este conflicto casi siempre ha favorecido al materialismo.
Las cosas han empezado a cambiar. Un claro ejemplo de cómo empezamos a apreciar el medio ambiente es el Acta de Especies en Peligro. Pero, simplemente decretar la ley era fácil en comparación a implementarla. El Acta de Especies en Peligro proclama el derecho de toda criatura a vivir en un ambiente saludable y perpetuar su propia especie. Algunos de nosotros nos hemos preguntado: Nos demanda esta ley proteger a toda costa especies únicas y subespecies amenazadas por el avance de la civilización ? La extinción es parte del ciclo de nacimiento y muerte de la naturaleza. Por qué deberían los humanos sacrificar su subsistencia para garantizar la supervivencia de, digamos, aquella solitaria lechuza moteada del Norte ? Acaso allá no están llenos de otras especies de lechuzas que lo pasan bastante bien ?
Tal retórica desmiente una visión instrumental de la naturaleza, ella es vista como medio para un fin, no como un mérito intrínseco. Un ejemplo, las lechuzas moteadas del Norte están próximas a su extinción porque su hábitat, las zonas templadas de los bosques lluviosos del Pacífico Nor-occidental, están siendo rápidamente destruidas. Las lechuzas moteadas del Norte no son “útiles”, pero explotar los árboles donde ellas viven proporciona trabajo. El desmantelamiento de esos árboles es a muy corto tiempo económicamente más valioso para los humanos que salvar a la lechuza moteada del Norte. Y cuando los empleos están en juego, para algunos la decisión a seguir es simple.
El medioambiente cultural y social que do
mina el planeta (la cultura del pensa-
miento, la imagen y la voluntad de poder), a travès del cual somos “forma-
teados” la inmensa mayorìa de los seres
humanos desde hace milenios, es la raìz de la incomprensiòn de que debemos cui-
darnos individual y colectivamente en lo
que somos externamente pero no en lo que
creemos ser internamente.
Cuando cuidamos lo que creemos ser, des-
truimos lo que somos, cerebro y planeta
incluidos. Para esto hace falta una au-
têntica revoluciòn sicolôgica y la glo-
balizaciòn del despertar de la inteli-
gencia a travès de una revoluciòn en la
educaciòn formal. Esta revoluciòn debe
cimentarse en considerar el conocimiento
de sì mismo como una “necesidad bâsica”,
ya que a partir de ahì cuidamos lo que
realmente somos y dejamos de desperdi-
ciar enormes cantidades de energìa en
cuidar lo que creemos ser.