Todo empieza por una pregunta. Una interrogación muda pero implacable, que viene abruptamente a interrumpir el curso de mis ocupaciones, de mis cuitas, de mis pensamientos. Qué puedo hacer frente a mi vida?. Apenas formulada, la pregunta se vuelve débil.
Muy pronto la habré olvidado a menos que no la haya respondido, como respondo a todo, buscando en mi memoria la solución del problema. Sin embargo, si permanezco atento a los ecos que despierta en mí, descubro allí una fuerza insospechada. En el momento en que ella se plantea, su evidencia borra todo lo que me cautivaba en el instante precedente. Heme aquí al acecho.
Quién soy yo, frente a esta vida que me lleva y que llamo mía? En qué medida ella me pertenece? No estoy más bien entregado, atado de pies y manos, a exigencias que no he escogido? Una duda aparece. Por poco que la interrogación subsista, ella gana en profundidad, revelando otro enigma: si es verdad que la pregunta me compromete por entero qué puedo hacer para dejar de olvidarla? Se trata de algo más que de una simple distracción. Más bien es una especie de amnesia que, lejos de ser accidental, forma parte de mi naturaleza.
Desde entonces, incluso el lenguaje es puesto en duda, y con él este yo cuya actividad se disgrega en una polvareda de emociones, estados de ánimo, sensaciones, ideas cristalizadas por el hábito. En esta mezcla inestable y caprichosa, no hay nada que yo pueda agrupar en la unidad de una denominación.
Yo no me conozco, no más de lo que conozco lo que me rodea, este mundo que percibo en el espejo fragmentado que me constituye. El mundo es mi horizonte familiar. Como un hombre sentado en un tren en sentido inverso a su dirección ve desfilar y desaparecer los paisajes que acaba de atravesar, yo asisto impotente al desenrollamiento de mi pasado. Quién es ese viajero desconocido que habla, decide, actúa o más bien reacciona en mi nombre?
Conócete a ti mismo. La invocación socrática toma entonces todo su sentido: el de una búsqueda de la realidad más acá del telón cambiante de la subjetividad, Otra frase le responde como un eco: Sólo sé que nada sé. La paradoja no es más que aparente, No se trata de un simple juego dialéctico, donde saber y no saber se opusieran abstractamente. Cómo una consciencia condenada a la precariedad tendría acceso al conocimiento de otro modo que llegando a ser consciente de su propia precariedad?