Muy pronto apareció una segunda señal. Fue provocada por la lectura de un texto con la biografía de los sesenta y tres santos tamiles. Le causó tal impresión la existencia de tanta fe, amor y fervor divino en la vida de estos santos, que sintió un fuerte impulso de emularlos en esa vía de renunciamiento y de búsqueda de la unión divina.

El despertar propiamente tal ocurrió ocho semanas antes de abandonar su casa. Estaba solo en su habitación y le sobrevino un tremendo temor a morir. No sufría de ninguna enfermedad ni dolencia que justificara ese miedo. Sin encontrarle explicación, se tendió en el suelo y dijo: Bien, voy a morir. Contuvo la respiración y se quedó inmóvil, mientras se preguntaba en su interior: Este cuerpo muere, pero al morir el cuerpo muero yo? Soy yo el cuerpo? A continuación cayó en un trance profundo y se unió a la verdadera esencia de su Ser, conservando intacta la consciencia. Este estado de Samadhi rara vez se alcanza en la vida terrena, y, en el caso de Sri Ramana, se presentó tempranamente y sin preparación previa.

Salió muy cambiado de esta experiencia, perdió el interés por los deportes, el estudio y los amigos. Tenía un único pensamiento centrado en la sublime consciencia del verdadero Yo. Empezó a gozar de una serenidad interior y de un vigor espiritual que ya nunca lo abandonaría a lo largo de su vida. Hiciera lo que hiciere, se centraba en su Yo. Se dirigía todas las noches al templo de Madura permaneciendo inmóvil ante la imagen de Shiva y de los sesenta y tres santos tamiles, sintiendo que grandes olas de emoción se apoderaban de él. Por fin su alma había escapado a la esclavitud del cuerpo. Esta libertad le sobrevino el mismo día que renunció a la idea de yo soy el cuerpo.

Sus conocimientos religiosos eran escasos de modo que sólo contaba con lo que intuitivamente sentía. Sólo más tarde podría dar nombre a sus primeras experiencias a través del estudio de los libros sagrados. Entonces supo que el estado en que se encontró entonces se llamaba Vijnana, o la intuición de los iluminados. A partir de su primera experiencia, se produjo en él un estado ininterrumpido de presencia del Yo. A diferencia de otros místicos que se ven transportados temporalmente a un éxtasis, para él esto fue permanente. No hubo ningún esfuerzo ni disciplina espiritual, ni lucha por sumergirse en el Yo, ya que su ego – cuya oposición provoca la lucha – había sido disuelto.