Junto a estos aspectos que lo destacaban, como su iluminación, su austeridad para vivir, su gran compasión frente al dolor humano, se podía encontrar en él a un hombre absolutamente natural y espontáneo, que había dejado atrás el sendero del aislamiento. Tenía un gran sentido del humor, sus risas semejaban las de un niño. En el Ashram todo marchaba ordenado y puntual, siendo él el primero en dar el ejemplo, acatando todas las órdenes que le parecían justas y analizando las que no encontraba adecuadas. Hubo una época en que se levantaba a las cuatro de la mañana para colaborar en la cocina, pelando o cortando vegetales. Recomendaba el aprovechamiento máximo de todos los recursos materiales. Era fácil para los devotos que vivían en el Ashram compartir con él durante el día.

En el curso de los años su rutina cambió muy poco. Recibía a los visitantes día y noche, dándole a cada uno esa luz que había venido a buscar. Su rostro cambiaba con facilidad, era sorprendente cuán rápido pasaba de la amabilidad a un aspecto de grandeza, de la risa a la compasión. No era hermoso desde un punto de vista estrictamente estético y, sin embargo, el rostro más perfecto resultaba trivial a su lado. Había algo muy especial en él que penetraba de un modo profundo en la memoria y resurgía cuando otras imágenes se esfumaban. Incluso quienes sólo lo han conocido por fotografías, lo recuerdan especialmente. Hay algo en su imagen que nos traspasa y nos toca el corazón. Podríamos decir que nos mira directo a los ojos, con un amor y una compasión inmensa, como si viera a través nuestro y supiera todo lo que nos aflige.

A partir de 1947, la salud de Sri Bhagavan empezó a empeorar. El reumatismo ya había anquilosado sus piernas y se extendía hacia la espalda y los hombros. Presentaba una gran debilidad física, como si el peso del Karma del que había alivianado a tantos devotos cayera sobre sus hombros. Para él, la vida terrenal no era un tesoro que conservar, así que mantenía la serenidad frente a sus dolores, e incluso procuraba consolar a quienes sufrían por su estado y temían su muerte.