El esquema que regirá las relaciones personales de un individuo se empieza a delinear desde la primera infancia. Se origina en lo que la psicología denomina ansiedad básica. Se entiende por ello el sentimiento de desamparo y aislamiento que experimenta un niño frente a un mundo potencialmente hostil. El niño pequeño se ve rodeado de gigantes – como los que aparecen en los cuentos de hadas -, algunos son benevolentes, otros, crueles y amenazadores.
Es posible citar una serie de factores adversos en el ambiente que rodea al niño, los que pueden conjugarse de diversas maneras: indiferencia, actitudes desdeñosas, protección exagerada, ninguna o excesiva responsabilidad, falta de expresiones de cariño, aislamiento de los otros niños, sentirse involucrado en los desacuerdos de los padres, injusticia, discriminación, promesas no cumplidas, etc.
Ante estas condiciones pertubadoras, motivado por su inseguridad y sus miedos, el niño va creándose una táctica inconsciente que le permita sobrevivir y desarrollarse hasta llegar a ser un adulto. Sus estrategias pasan a constituirse en tendencias duraderas que se incorporan a su personalidad y que condicionan en forma permanente su manera de relacionarse con los demás.
Lo que al comienzo parecía ser un cuadro caótico, se va definiendo en tres líneas de conducta entre las que el niño elige de preferencia una: puede moverse hacia la gente, contra la gente o aparte de la gente. En el primer caso, acepta su impotencia y su debilidad y busca congraciarse para sentirse apoyado . En el segundo caso, se siente rodeado de un ambiente hostil y decide defenderse tomando la iniciativa en el ataque: quien pega primero, pega dos veces. En el tercer caso, sólo desea aislarse, que se olviden de él
y que lo dejen tranquilo en su mundo propio.
Esto crea tres tipos diferentes de personalidad. Veámoslas en detalle:
Movimiento hacia la Gente
El Tipo Dócil.
– Necesidad compulsiva de afecto y aprobación: busca que lo quieran, que lo deseen, que lo amen, que lo acepten, que lo aprueben.