Pero cuántos de nosotros nos aferramos a un detalle que nos da encanto, aunque se trate en realidad de una deformación que sólo puede agravarse con el transcurso de los años? Una manera de andar seductora, que no es más que el efecto de una elevación de la cadera; unos omóplatos enternecedores porque recuerdan las alas de un ángel; una mirada interesante gracias a que la cabeza se halla mal centrada; unas nalgas airosas, que son el efecto de una región lumbar peligrosamente incurvada Nuestros pretendidos encantos son en realidad anunciadores de dolores y malestares futuros. Sólo la belleza garantiza de manera efectiva la salud.
A veces reconocemos que una parte de nuestro cuerpo es fea, pero no le concedemos importancia si podemos esconderla y no nos causa un dolor persistente. El pie supone un ejemplo perfecto. Françoise Mézières habla de esos odiosos martillos pilones que son los pies de los occidentales. Según ella, no es posible conservar la morfología perfecta del pie usando un calzado que lo oprime en lugar de limitarse a protegerlo. El calzado debería respetar el contorno del pie y permitir a los dedos la libertad de todos sus movimientos (pero la estética moderna no lo quiere así y, sin embargo, cómo imaginar una estatua griega con los dedos terminados en punta?). Por el contrario, dado que el arco del pie constituye un resorte, el interior de la suela debería ser absolutamente plano, porque es el pie el que se adapta al suelo, y no el suelo al pie, mientras que el calzado se conforma a la huella del pie. En fin, puesto que la marcha normal fuerza al ataque del suelo por el borde póstero-inferior del talón, con la pierna totalmente extendida, no se justifica el añadido de tacón por bajo que sea. Ahora bien, no existe ningún modelo de calzado que responda a estas exigencias
No obstante, con suma frecuencia, cuando somos conscientes de ciertas fealdades de nuestro cuerpo, nos encarnizamos contra la parte que nos molesta. Y quedamos frustrados en nuestras tentativas por corregirlas. Por ejemplo, una gran proporción de mujeres se quejan durante toda su vida de la forma de sus piernas. Tienen ancas de caballo, celulitis en la parte superior de los muslos o un hueco en la horcajadura. Ningún ejercicio o tratamiento local resulta satisfactorio. Pero ellas no saben por qué.