Freud y la Psicología Profunda

Freud y la Psicología Profunda

Hace unos pocos decenios, la palabra psicología apenas se oía, salvo en discusiones entre filósofos, moralistas y estudiantes de técnicas religiosas ideadas para purificar y santificar las vidas de relativamente pocos individuos. La psicología era materia de estudio universitario. La ciencia médica le prestaba poca atención. Los trastornos mentales, la histeria, la insania -otrora atribuida a causas “ocultas” de “posesiones” demoníacas-, considerábanse principalmente enfermedades incurables, y a los individuos afligidos por ellas se los estigmatizaba como parias y, en ocasiones, como criminales. A la cordura y a la racionalidad se las veía como señales de lo divino en el hombre, y como se creía que el individuo tenía “libre albedrío” y que “era dueño” de su mente y sus sentimientos, perder el equilibrio mental y el control de sí significaba renunciar más o menos adrede a la propia naturaleza divina, convirtiéndose en presa de fuerzas animales o demoníacas. En la mayoría de los casos a los insanos se los trataba de conformidad con aquello.

Durante el siglo XIX empezaron a cuestionarse agudamente las ideas relativas a la naturaleza del hombre, no puestas en tela de juicio durante siglos. Los filósofos materialistas de la escuela alemana las cuestionaban en términos generales, procurando demostrar que todas las actividades del alma y de la mente humanas pueden reducirse y explicarse como productos de procesos bioquímicos, materiales. Más específicamente, los fenómenos psicológicos pasaron a quedar bajo el examen de los hombres cuya tarea era curar a los enfermos. Desde la época de Anton Mesmer, a fines del siglo XVIII, las enfermedades que lindaban entre lo puramente físico y lo psicológico -y en particular todas las formas de “histeria”- habían atraído la atención de los investigadores. La serie de variados intentos por curar estas enfermedades condujo, a su tiempo, hacia el psicoanálisis y Sigmund Freud.

Desde entonces, la psicología moderna se dividió en varias ramas: muy básicamente, la “psicología experimental” de laboratorios de Facultades según la línea del Conductismo y el estudio de los fenómenos primarios de atención, acción refleja, asociación de ideas, etc., y los varios tipos de psicoterapia que procuran curar las enfermedades de la mente y el interior del hombre. Los que discutiremos principalmente serán los géneros de psicoterapia que no se ocupan específicamente de la cura de formas agudas de insania, sino cuyo fin básico es más bien llevar a los hombres y mujeres de nuestra era caótica a un sentido mayor de salud y cordura (psicológica, moral y mental) y a una realización más vibrante de sus energías interiores. Los tipos de perturbaciones que estas psicoterapias intentan curar son producidas esencialmente por el desajuste de los individuos respecto de sus medios  ambientes: la familia, la escuela, los amigos, la sociedad. Se ocupan del conflicto básico entre lo individual y lo colectivo, entre el ego y todo lo que no es el ego, o sea, el “mundo externo”.

Tal conflicto es absolutamente básico en la naturaleza humana, y sólo en ella. El privilegio del hombre es llegar a individualizarse respecto de la multitud de la tribu, de la comunidad socio-religiosa en la que nació. El privilegio del hombre es sentirse “separado” como un “yo”, un ego que tiene características únicas. Ese es su privilegio, y su carga o responsabilidad trágica. Eso le convierte en un dios, o en un demonio.

Todos los psicoterapeutas, de Freud en adelante, se ocupan esencialmente del ego: del modo en que el ego se desarrolla, madura o no logra madurar, cristaliza según pautas sociales de aquiescencia o rebelión, se transforma venciendo sus limitaciones, y, en casos extraordinarios, se vuelve parte de una integración espiritual mayor. Sin embargo, cada escuela de psicoterapeutas asume un enfoque particular de los problemas del ego, y ordinariamente recalca un tipo de perturbación a expensas de las otras. Esto es así en gran medida porque el psicólogo no logra captar al ser humano íntegro como una totalidad orgánica, y especialmente porque no tiene modo de representarse directamente la estructura de esta totalidad.

Aquí entra la astrología; pues, en la carta natal, el astrólogo tiene un medio para estudiar la pauta global de las funciones, facultades e impulsos de una persona. Puede estudiar el diagrama de su evolución desde el nacimiento en adelante. Por tanto, puede ocuparse de la persona total, más bien que de sólo uno o dos impulsos y actividades fundamentales que contribuyen al crecimiento de la consciencia y del ego -o a su malformación y destrucción eventual-. Sin embargo, el tipo de psicología que es característica de la mayoría de los astrólogos y libros de texto astrológico es, por regla general, enteramente incapaz de cumplir con estas posibilidades. Es un tipo de psicología que aún se basa en las obras de Ptolomeo y Aristóteles -un tipo “clásico” empapado de antiguos conceptos religiosos y éticos, y aún de escaso contacto con el fermento de las ideas que Freud  y sus sucesores desataron sobre el mundo moderno-.

Freud no es un fenómeno único. Existe una correlación básica entre las actitudes hacia la vida que Darwin y Freud promovieran y popularizaran. Pues en estos dos pioneros hallamos la expresión de una rebelión profunda contra la “clásica” confianza en los factores intelectuales y racionales de la naturaleza humana, basada en las explicaciones que la teoría religiosa y el racionalismo del siglo XVIII daban para justificar los fenómenos biológicos y psicológicos, la génesis de las especies naturales y de los egos individuales de los seres humanos. Mientras los psicólogos clásicos y religiosos creían en un alma dada por Dios, y los biólogos creían que Dios había creado separadamente cada especie de entidades vivas, Darwin y Freud renunciaban al concepto de semejante creación “en lo alto”, y procuraban retratar un desarrollo progresivo y evolutivo de las especies y los egos “desde lo profundo”. Así nació la “psicología profunda” -una psicología que se hunde audazmente en las profundidades subconscientes del alma humana, una psicología evolutiva del ego.

Lo que Darwin y Freud intentaban destruir era el denominado concepto platónico de un mundo “espiritual” de Ideas o Arquetipos, anterior al mundo “físico” de los organismos materiales. Estos Arquetipos, siendo “Emanaciones” directas de la Mente Universal y sus Jerarquías Divinas, no se consideraba que estuvieran “evolucionando”. Se decía que habían sido creados completos y perfectos. La evolución sólo había de hallarse en el mundo material: un lento intento de organismos físicos o psicológicos de aproximarse cada vez más cerca a las pautas ideales que constituyen la “Realidad”.

Por otro lado, la psicología “clásica” se basa en el supuesto de que el hombre es un “alma divina” que opera en relación más o menos estrecha con un cuerpo material y una “personalidad” condicionada por la tierra. Toda persona es un “hijo de Dios”; o, en términos más filosóficos, primero de todo, es una entidad espiritual, cuya estructura y función esenciales son establecidas como un Arquetipo antes del nacimiento, y se perpetúan después de la muerte del cuerpo. Esta entidad espiritual es el yo “real”; y a él pertenecen los atributos espirituales de voluntad, carácter, discriminación entre el bien y el mal, moralidad y racionalidad, y creatividad mental. Estos atributos están en constante conflicto con los deseos y pasiones del cuerpo y la psique ligados a la tierra.

Durante la época Victoriana, habiéndose el género humano hallado repentinamente en posesión de  tremendos poderes materiales, enfrentó un incremento generalizado de la virulencia del conflicto entre los atributos espirituales y los deseos personales en procura del propio engrandecimiento y satisfacción -en especial, porque bajo los golpes de la crítica intelectual se desvanecía el poder de las restricciones religiosas y sociales del pasado-. Los resultados fueron evidentes: los “hechos de la vida” contradecían a cada paso a las máximas morales y a los ideales pomposos. Los seres humanos procuraban, cada vez más, llevar dos vidas a la vez. Se multiplicaban las neurosis, las psicosis y los casos de esquizofrenia. El peligro se tornaba tanto social como personal.

Tenía que ocurrir algo. Así como la osteopatía y la cirugía tuvieron que desarrollarse para la época en la que se multiplicaban las malformaciones y los accidentes ocupacionales con la difusión del maquinismo y de los trabajos oficinescos de encierro artificial, de igual modo la psicoterapia (la curación del alma o la “psique” personal, condicionada por la tierra) tuvo que descubrir técnicas que pudieran aliviar el estado generalizado de locura mansa que era la característica del ciudadano civilizado y mecanizado de la Era post-Victoriana. Cuando como resultado de algún profundo conflicto interior y de miedo, una persona se ve obligada a cumplir acciones repetidamente, no sólo contra su denominada “voluntad”, sino sin saber que las está cumpliendo, la psicología clásica cesa de tener significado práctico alguno. Si no sé quién soy o qué hago -entonces, para todos los fines prácticos, el término “yo” perdió su significado-. La persona bajo hipnosis está en semejante condición; pero también lo está el hombre con una “neurosis de compulsión” -sólo que en grado menor-. La psicología clásica liquidaba el problema declarando “insano” al hombre, y que la entidad espiritual dentro de él había “abandonado el cuerpo”.

Sin embargo, cuando el linde entre cordura y locura lo atestan millones de ciudadanos externamente normales, al problema no se lo puede desechar tan sumariamente. Ha de volver a formularse el problema de la cordura y la racionalidad -o mejor aún, el significado de voluntad, de personalidad, de ego-. La formulación no puede ser un juicio de blanco y negro sobre la base de consciencia o nada. Deberá admitir grados de grises: inconsciente, subconsciente, semiconsciente, consciente durante un tiempo… tal vez una consciencia de grados variables de brillo y poder penetrante; en algunos casos, una consciencia que logre acceder a los reinos que están más allá del alcance normal inclusive de la “luz blanca” -¿podríamos decir una consciencia ultravioleta?-.

Tal “escala” de consciencia sugiere la existencia de un proceso evolutivo; un proceso de crecimiento desde las raíces hacia arriba, un emerger desde las profundidades. El “yo individual, en vez de verse como un Yo arquetípico a priori -como alguna “pauta de perfección” que trasciende a la vida orgánica en la tierra- empieza a entenderse como el resultado final de la vida humana, como una victoria a ganar, como el resultado de un lento esfuerzo en pos de la integración y la individualización (o “individuación”). Y este esfuerzo puede malograrse, como lo puede el nacimiento. El “yo”-consciencia puede nacer sano, o emerger de la profundidad oscura e inconsciente del instinto malformado y retorcido por frustraciones y presiones de toda índole.

El hecho de que el ego emerja del instinto ocurre a través de los años de la niñez -¡puede inclusive ser condicionado por causas prenatales!-. Por tanto, las enfermedades de la voluntad y de la mente, y la predisposición a shocks psicológicos y colapsos morales-patológicos deberán rastrearse hasta lo que ocurrió durante los primerísimos años de vida. Por ello, el psiquiatra debe remontarse a estos comienzos del yo individual, tal como el naturalista darwiniano estudia particularmente aquellos restos del fosilizado pasado que muestran formas nuevas de vida que emergen de especies más viejas. El naturalista y el paleontólogo buscan sus claves a partir de fósiles profundamente metidos en viejas rocas traídas a la superficie de la tierra por cataclismos o largos siglos de erosión. El psicoanalista debe también hallar su camino hacia abajo, rumbo a las profundidades, rumbo a los estratos de la consciencia infantil -o aprovechar las erupciones psicológicas y la crisis cataclísmica del crecimiento del “alma” que traerán a la superficie recuerdos, largo tiempo olvidados, de shocks y frustraciones.

Sin embargo, normalmente los recuerdos conscientes de la mente, deformados ya por la fatiga o el miedo, no pueden ser de ayuda real para el psicólogo ávido de explorar el contenido del sector existente entre los instintos conscientes y las primeras vislumbres de la consciencia del ego. El ego resiste esta exploración tanto como un niño resistiría reingresar en el seno materno que condicionara su mismísima estructura. No obstante, cada mañana, al despertar, se experimenta de nuevo este proceso del emerger de la consciencia desde la inconsciencia. En esta “fase liminar” de la actividad mental, tiende a reproducirse el tipo de condiciones que prevalecían en la infancia. A estas condiciones las llamamos “sueños”. Cada mañana, cuando soñamos, somos nuevamente infantes que pugnan por emerger del seno materno de los instintos e ingresar en los problemas de la consciencia del ego y la adaptación de éste a nuestro complejo medio ambiente. Así, aprendiendo a entender el mundo de los sueños, también nos familiarizamos con los intentos que la consciencia efectuó y efectúa constantemente para afirmarse y ocuparse del poder de los instintos.

Los instintos tienen energía. Son vida en acción. Su energía es lo que los psicólogos llaman libido o energía psíquica. A medida que el ego halla su camino en el mundo de la familia y la sociedad, encuentra condiciones que desafían la expresión de la libido. Trata de adaptarse a estas condiciones, y al hacerlo, a menudo tiene que reprimir la energía instintiva. Como resultado, se generan conflictos. Los conflictos y represiones repetidos causan tensión, rigidez y congestión en las estructuras en crecimiento de la consciencia. Estos son lo que los psicólogos llaman “complejos”, y éstos, a su vez, condicionan la adaptación futura del ego a nuevas experiencias durante la adolescencia y a través de la juventud. Cuando pierde su espontaneidad y flexibilidad, el ego se inmoviliza, cristaliza y embaraza con mecanismos de defensa -como una tortuga dentro de su caparazón- o desarrolla unilaterales mecanismos agresivos de ataque -como un tigre o una serpiente de cascabel-. Si se halla ante un fuerte shock, el ego se convierte en la víctima de sus propios mecanismos inflexibles. Se desarrollan neurosis que conducen a estados y enfermedades patológicos.

A fin de curar estos desórdenes, el psicoterapeuta deberá hallar sus causas originales. Deberá “reducir” las cristalizaciones o “complejos” del ego y poner en libertad la energía psíquica que ellos desviaran y estancaran. Este es un género de “cirugía del alma” o psico-osteopatía; y esto es lo que intentó Freud. El psicoanálisis freudiano es esencialmente una técnica psico-quirúrgica-. Emplea el análisis onírico como un medio para poner al descubierto síntomas ocultos. Fuerza al ego hacia atrás, haciéndolo ingresar en el estado liminar de la consciencia emergente (consciencia infantil) y ayuda a que la persona haga lo que no logró hacer en su infancia.

No tenemos aquí espacio suficiente como para estudiar minuciosamente la técnica freudiana. Sólo he aislado algunos rasgos básicos de aquella, rasgos que se simbolizan muy notablemente en el mapa natal de Freud. El mapa ilustra gráficamente el descenso de Freud en las profundidades de la psique -¡escalpelo en mano!-. Por supuesto, el escalpelo es Marte, símbolo del acero y de las herramientas cortantes -Marte que se halla al pie mismo del mapa de Freud, y que “se mueve hacia atrás”-. hablando en general, tal planeta retrógrado representa una función vital que se vuelve hacia adentro. Del mismo modo que el cirujano corta hacia adentro, Freud procura alcanzar el estrato más profundo del organismo para liberar lo que se retorció o congestionó, cristalizó o ulceró.

Cuando un “complejo” la atrapa y se aferra de ella, la libido se vuelve destructiva. Cuando se frustran los deseos normales, se convierten en abscesos psíquicos que causan una auto-intoxicación. El Marte retrógrado de Freud está en Libra 4º, en el punto del mapa que representa a la madre (y en algunos casos, al padre). Este Marte tipifica el complejo de madre, o el complejo de Edipo, que es tan fundamental en el psicoanálisis. Libra es el signo de la consciencia social personal emergente, tal como Aries simboliza la consciencia personal emergente. Y Marte solo en el hemisferio inferior del mapa -marcando con hoyos su poder contra el de todos los otros planetas que rodean al cénit- revela una tensión formidable dentro del alma de Freud. Gráficamente, la pauta planetaria es la de un triángulo que apunta hacia abajo -¡casi un taladro!-.

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Los planetas del horizonte están todos dentro de la cuadratura formada por Neptuno-Júpiter y Luna-Saturno en Géminis. Y el Sol, en el centro del grupo, forma semi-cuadratura a Júpiter y Saturno -una pauta muy potencialmente tensa-. Saturno, en la casa que se refiere a la introspección, confinamiento, retribución o karma, sugiere que en verdad Freud asumió una carga pesada. Por otro lado, sin embargo, Saturno está en un grado simbolizado por “bancarrota” y el comienzo de una nueva vida de oportunidad. Freud era de origen judío, y de modo peculiar, su mapa natal contiene más de una sugerencia sobre el hondo pesimismo y la expiatoria voluntad de auto-sacrificio que caracteriza a la tradición espiritual judía. Sus exploraciones dentro de las profundidades del alma humana pusieron en marcha un movimiento de pensamiento que aún tiene que hallar su realización plena. Pero sus ideas agitaron también una gran cantidad de venenosa sustancia de pensamiento, liberaron muchas “toxinas” psíquicas, condujeron a muchos abusos; y todo este despertar de las profundidades se convirtió en responsabilidad espiritual de Freud. ¡Todo gran maestro deberá soportar la carga del mal uso de sus enseñanzas por parte de sus seguidores ignorantes, imprudentes o codiciosos!

Freud abrió la puerta. Sus discípulos Carl Jung y Alfred Adler dieron, separadamente, una dirección diferente al psicoanálisis. Adler -también de origen judío- representa esencialmente una tendencia opuesta a la de Freud (o sea, completándola). Jung, heredero de la profundísima tradición espiritual de la Europa germánica desde Paracelso hasta Goethe, y de la vida libre e integradora del pueblo suizo, representa una transformación básica de las implicancias y propósitos del psicoanálisis.

Freud se ocupó de cirugía del alma, Adler del bienestar social de los individuos desajustados. Jung es un tipo moderno de “Guía espiritual”; su meta, la integración cada vez más abarcante de la personalidad -de la psique humana en evolución.

 

Dane Rudhyar

 

Ref.: La Astrología y la Psique Moderna, Ed. Kier.

 

 

El Cuerpo Físico

El Cuerpo Físico

Algo más que Memoria Emotiva

La astrología considera al cuerpo físico y sus eventuales estados de salud/enfermedad desde diversos ángulos. Por una parte, el cuerpo físico para la astrología es, en cuanto disposición energética, asimilable al elemento Tierra, la sustancia misma de la percepción a través de los sentidos corporales, siendo el nivel más tangible y objetivo de nuestro ser. Por otra parte, cada división del zodíaco, o signo zodiacal, gobierna una zona u órgano físico, y también la actividad de algunas Casas astrológicas o divisiones horarias del zodíaco se relacionan con el cuerpo físico. Y por último, cada planeta del sistema astrológico rige una función orgánica o un conjunto de ellas.

Normalmente se considera a los signos y planetas astrológicos desde el punto de vista de las características y tendencias anímicas, psicológicas, y a las aptitudes en cuanto a habilidades motrices, intelectuales y emocionales. Cuando se piensa en una persona como un todo, inevitablemente se llegará a establecer la correspondencia entre las características intangibles en cuanto a aptitudes o disposición en ciertas áreas, y el comportamiento orgánico y/o las características físicas de esa misma persona. El antiguo adagio La materia es el grado inferior del espíritu, y éste es el grado superior de la materia (El Toque Sanador, Alcione, Diciembre de 2007) encuentra completa correspondencia en la relación de la carta natal de un individuo con respecto a sus características tanto anímicas como físicas.

Pongamos un ejemplo simple, como una persona de Signo Natal Sagitario, regido por Júpiter, y por lo tanto, con una inclinación innata a ir a lo lejano, a abarcar cada vez más en forma permanente, ya sea en cuanto a conocimientos, viajes, experiencias, personas, o todos ellos a la vez. El signo de Sagitario rige a su vez, dentro del cuerpo, los muslos, los que normalmente son bastante desarrollados en este nativo, fuertes o al menos muy activos, pudiendo ser en ocasiones incluso un poco anchos de caderas y prominentes de glúteos, tal como si la naturaleza los dotara de las cualidades físicas para cumplir con esa tendencia a recorrer a grandes trancos los vastos mundos que aspiran conocer. Se puede comprender entonces que una patología que afecte a los muslos de un nativo de Sagitario, dificultándole o incluso impidiéndole los desplazamientos, tiene una connotación simbólica mucho más amplia, dentro de su vida, que lo que la tendría para una persona sin elementos importantes en este signo solar.

El Karma en las Relaciones Interpersonales

El Karma en las Relaciones Interpersonales

Qué es una relación? Qué experimentan los individuos en una relación? Qué hace que las relaciones empiecen o terminen? Se trata de preguntas que se hace la gente a medida que buscan mejores formas de hallar la integración con los demás. Algunas implicaciones son kármicas, otras no lo son. A veces observamos relaciones en las que la carga de la responsabilidad parece recaer sobre una sola persona. En otros casos observamos un aire de misterio en la forma en que las personas reaccionan entre sí dentro de una relación un misterio difícil de comprender.

La naturaleza de una relación puede abarcar numerosos niveles, algunos conscientes y otros subliminales. Las motivaciones ocultas y las lecciones kármicas se esconden a menudo justo por debajo del límite de la consciencia. Como consecuencia de ello, los dos miembros de la pareja se pasan mucho tiempo haciendo un gran esfuerzo por suavizar esos puntos ásperos que no siempre son tan evidentes. Cada individuo posee una personalidad con numerosas facetas que se mezclan con las del otro y que, en último término, son las que definen la relación total.

La gente se entiende fácilmente entre sí en algunos aspectos, mientras que experimentan grandes dificultades en otros. A veces las zonas difíciles pueden ser pasadas por alto y aun superadas si la calidad intrínseca de la relación total es gratificante.

Podemos arreglárnoslas con lo que sabemos, pero no hay forma de comprender lo que no sabemos. El que una relación funcione o no con suavidad no es tan importante como la comprensión de las energías constructivas de que se dispone. Los aspectos astrológicos simbolizan el flujo y reflujo de las corrientes que se mueven entre los individuos. Podemos ver como el río de la comprensión se abre camino hacia la iluminación, y podemos ver los escondrijos, las grietas y los recovecos oscuros que debemos investigar para obtener lo máximo de nuestras relaciones.

Es importante aceptar el hecho de que no todas las relaciones funcionan. Sin embargo, todas ellas existen por alguna razón, y cuando comprendemos mejor porque existe una relación, tanto mejor podemos comprendernos a nosotros mismos. Algunas relaciones parecen ser kármicas por naturaleza, otras, en cambio, son más bien físicas o emocionales. A medida que estudiamos los diversos aspectos existentes entre las cartas de dos personas, el avance y el retroceso de la marea del amor revelan hasta que punto nuestras ataduras emocionales son en realidad espejos de nuestra consciencia en formación.

La Luna en la Astrología

La Luna en la Astrología

La Luna en la carta natal es un polo energético fundamental que simboliza el origen psicológico personal, asunto muy importante en la vida humana, si consideramos a la psiquis en un sentido junguiano, como la vida misma. En realidad, es el único de todos los planetas del zodíaco (para simplificar, a todos los llamaremos planetas aunque estrictamente el Sol y la Luna no lo sean) que sólo es importante en la Tierra, pues si viviéramos en Marte o Júpiter no tendría ninguna importancia. En nuestra psiquis, sin embargo, es al menos tan importante como su contrapartida yang, el Sol, al ser su polo frío, nocturno, yin, como la gran madre de todos los planetas. Esto es muy evidente al observar los eclipses de Sol, en los que el proporcionalmente minúsculo disco lunar oculta totalmente el majestuoso cuerpo solar, siendo capaz de dejar por algunos minutos a la Tierra a oscuras. Millones de kilómetros de distancia y millones de unidades de diferencia de tamaño producen, vistos desde la Tierra, una imagen de diámetro exacto; esto no podría haber sucedido al azar. En cuanto a sus significados, la Luna es opuesta y complementaria del Sol en cuanto ella es lo inconsciente, lo instintivo, lo receptivo, lo frío y lo oscuro.

En su nivel más básico, la Luna habla del entorno al nacer, de la actitud instintiva primordial que el recién nacido tuvo que adoptar para obtener todo lo necesario a su sobrevivencia: alimento, afecto, estímulo, protección. De esto se deduce la premisa inicial de que – dado que alguien tiene tal o cual Luna – escoge determinados padres que brindarán determinadas condiciones infantiles, determinada cualidad afectiva dominante en la familia, para imprimir la energía psicológica básica que constituirá su visión inicial de la vida.

De esta premisa inicial obtenemos la idea de que aquello que nos tocó vivir en la primera infancia era un aprendizaje necesario con el que teníamos algún grado de complicidad previo para obtener una identidad lunar que, desde nuestro enfoque de la astrología, era consecuencia de alguna encarnación anterior. La posición y relaciones de la Luna en la carta natal nos revelarán hasta qué punto tales aprendizajes infantiles fueron duros o complacientes para la consciencia del niño.

Astrología de la Reencarnación

Astrología de la Reencarnación

Actualmente la comunidad astrológica suele aceptar que los nodos de la Luna representan la clave para la comprensión de nuestra vida presente como parte de un hilo continuo. Muchos astrólogos creen que los nodos tienen incluso más importancia que el resto de la carta astral. El conocimiento de las posiciones solar, lunar y nodal puede revelarle a un experto cualificado toda la vida de un individuo.

A un cierto nivel estos nodos revelan el camino que está siguiendo la vida de un individuo en el presente, mientras que el resto del horóscopo no hace sino añadir una información adicional sobre cómo se va a hacer el viaje. Es precisamente a través de los nodos que la astrología occidental es capaz ahora de efectuar su primera incursión en la tarea de relacionar esta ciencia con el concepto hindú de la reencarnación. Los nodos representan las relaciones de causa y efecto mediante las cuales uno dirige su vida. Marcan la diferencia entre la astrología mundana y la espiritual.

Aquí encontramos nuestras primeras claves sobre por qué se manifiesta como lo hace en el resto de la carta astral. La personalidad y la vida del individuo tienen muy poco significado si no son vistas en el ámbito de un contexto mucho más amplio. Los nodos sitúan al individuo en la escalera que asciende al cielo, en la medida en que definen las lecciones kármicas que él ha elegido aprender durante esta vida. En consecuencia, sus juicios y tribulaciones empiezan a tener un nuevo significado cuando se les considera como capítulos relacionados entre sí, dentro de la historia del crecimiento continuo de su alma.

El individuo ya no queda aparte del mundo sino que, al contrario, forma una parte importante dentro de la evolución del mundo. Todo lo que piensa y hace es, en último término, una contribución kármica al mejoramiento de su alma, la cual – una vez alcanzado su nirvana definitivo – representa un progreso en el mundo que ha ayudado a crear.

El hombre siempre quiere saber el porqué. Y siempre se vuelve hacia la historia para hallar respuesta a la suposición de que todo efecto tiene una causa. La posición de los nodos enlaza al hombre con su pasado y apunta al camino que seguirá en su futuro. Cuando el hombre es capaz de establecer las raíces de su pasado, empieza a experimentar la existencia de un hilo de continuidad que le hace sentirse con más seguridad en su caminar hacia el futuro.